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Reacia a la idea de aceptarme, opte por correr sin rumbo; opte por perderme a lo lejos y dejar de atormentar mi mente con mis propios defectos. Sí los demás no me aceptaban, ¿Por qué hacerlo yo con esmero? No tenía pies ni cabeza; el golpeteo constante de mi corazón agitado contra mi pecho hacia que me faltará el aire, mis pulmones pesaban y mi cabeza daba vueltas.

You say it's okey... —canté por lo bajo sin detener mi paso entre las raíces y el mullido suelo verde. Mis abuelos se quejaban todo el tiempo, hiciera lo que hiciera; nada los complacía y era gracias a su carente atención que no lograba encontrar sentido a nada en mi corto tiempo de vida. Según el abuelo, hace años hubo una tragedia y yo era la causante de ello, yo era la culpable de la muerte de su hijo y nuera, quién estaba embarazada; por otro lado, la abuela decía que yo no pertenecía directamente a la familia porque no era ni un poco parecida a mis padres. Según ellos, yo era una bastarda sin título que debían cuidar por una obligación con el estado—, For my love don't stop me...

Las ramas frondosas de los árboles me tapaban de los rayos del sol, quién es mi enemigo mortal gracias mi delicada piel, y el bosque me confortaba con un viento suave y fresco. Unos kilómetros atrás había caído al suelo, raspando mis rodillas y rasgando parte de las medias largas que tenía; ¿Vendrían a buscarme ellos mismos o vendría la policía? No me creía muy importante para ellos pero aún así, algo pequeño dentro de mí rogaba porque naciera esa llama de amor, cariño y respeto en los ojos de los ancianos que me cuidaban pero era muy distante ese sueño, nadie podría estar interesado en mí ni verme con ese grado de adoración tan alto.

—¿Qué haces aquí? Es propiedad privada —realmente no, no era de él ni de nadie, él no lo hizo y porque lo haya comprado no significaba que era suya, a la naturaleza no le iba a importar un pedazo de papel con muchos ceros a la hora de destrozar todo a paso de una gran tormenta.

—Entonces sácame —al dar la vuelta me sorprendí, pensaba que era un adulto o un joven adulto pero en realidad era un niño con, al parecer, serios problema de testosteronas el que me había hablado—. ¿Dónde están tus padres?

—¿Dónde están los tuyos? Ésta es mi tierra —respondió con otra pregunta, irritado por mi mera presencia.

—Muertos —y me miro como todos suelen hacerlo, con lastima. Hice un gesto de desagrado y seguí caminando, ahora fuera del camino, para intentar perderme y que así me comieran los lobos, osos, mapaches o cualquier animal que vea apetecible a una niña raquítica y sucia.

—Lo siento.

—¿Por qué? No los conociste, yo no los recuerdo; no me importa.

—Eso no importa, los recuerdes o no igual los extrañas —dijo el niño a mis espaldas y ese comentario hizo clic en algún lugar de mi pecho, aún levemente agitado por la corrida—. En tus ojos se nota; ven, le diré a mi mamá que cure tus rodillas.

En ese momento, algo pudo cambiar en mí; no el hecho de que me aceptara o de que sería feliz por el resto de mi vida, sino el sentir lo que es ser importante para alguien.

Colores en el CieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora