Mi rostro estaba hinchado, rojo por el llanto, con moratones en la quijada y ojo derecho, y mi nariz sangraba. Todo por decir que no quería ese ridícula fiesta de cumpleaños, dónde solo me humillaban y me recordaban que la muerte de mis padres era culpa mía; el abuelo estalló en una ira creíble de un toro y se lanzó hacía mí luego de haberme negado, obviamente mi abuela no hizo nada para pararlo. Ahora mismo estaba en mi, innecesariamente grande, habitación pensando en que le diría a Tresstan cuando me viera de esta manera; él y su familia se preocupaban mucho cuando me veían golpeada o cuando su hermana me chequeaba el peso y no era el que correspondía a mi edad, aquello lo adoraba pero si mis abuelos se enteraban de su acercamiento, yo no sería la única perjudicada.
—You can't believe, you can not fly... —mi habitación quedaba en el tercer piso de la casa, junto a la biblioteca privada, un cine que nadie utiliza y lo que era una sala de reuniones, que nadie utilizaba desde la muerte de mis padres y podría decirse que ese piso, era el piso de las habitaciones que a nadie le gustaban. Tresstan y yo podíamos entrar y salir sin hacer ruido gracias al gran manzano que estaba allí, y aunque era él el que siempre se escabullía luego de escuchar el ruido, hoy no estaba aquí ayudándome a limpiar mis heridas—, I gonna die tonight...
—¿Por qué querrías morir?
—Es una canción, ¿Por qué te tardaste tanto? —no quería sonar desesperada pero en serio lo necesitaba.
—Me enrede en el alambre del jardín, lo renovaron —se levantó el jean oscuro y me enseñó un corte irregular, en todo este tiempo no había levantado el rostro con totalidad por lo que no vio mis magulladuras hasta que corrí hacía él, intentado ver si era grave la cortada.
—Hay que desinfectar el corte.
—¡¿Qué mierda te hicieron?!
—So beautifull... —y no me mentía, el hecho de que sus ojos se hayan oscurecido por el enojo hacia un contraste divino con su piel, su pecho comenzó a subir y bajar rápidamente y un pequeño tic en su labio inferior apareció—. No te preocupes Tress, estoy bien.
Coloque mi mano en su mejilla y lo mire fijamente, él estaba en plena crisis de ira.
—Te destrozaron el rostro Ryanair, ¿Cómo puedes estar tan tranquila? ¿Que dirás en clases?
—Que la nieta predilecta de los Vagnetti tuvo una pelea callejera y me salió por la culata —le reste importancia y sonreí levemente. Su ceño se frunció, haciendo que sus pestañas gruesas casi se tocaran con sus pestañas y que a mi corazón le diera un vuelco por lo lindo que se veía—. Vamos a curarte ese horrible raspón.
—Ryan... Primero tú, y no me digas que no porque recuerda que soy el mayor de ambos.
Asentí y deje que me guiara al baño, como siempre lo ha hecho; una vez dentro, me sentó en el lavabo y procedió a sacar lo que necesitaba para curarme. Una curita, algodón y alcohol etílico para mis raspones en el labio y ceja, los morados fueron cubiertos con una crema de olor feo y un color verde pantano, la hinchazón la bajaríamos con un poco de hielo más tarde y mi nariz fue tratada con unas gotas para detener el sangrado y una gasa dentro de las fosas. Parecía sacada de una película con todo eso en mi rostro, tal vez de una de zombies o alienígenas; el oji pardo sonrió orgulloso de su trabajo y se alejó un poco de mí.
—Ahora serás linda de nuevo.
Estiré mis brazos, buscando un abrazo y él me envolvió en los suyos sin problema alguno; allí en su pecho, me sentí feliz y no recordaba que tuviera algún inconveniente en mi vida, allí estaba la Ryanair Vagnetti que solían recordar algunos buenos vecinos que me hablaban a escondidas. Y no quería separarme nunca de él, pero mi conciencia estaba segura que debía dejarlo ir para que ambos fuéramos felices.
—Ahora vamos, tengo que curar ese feo corte antes que se infecte.
Podría ser feliz junto a él por un poco más, antes de que mi vida se acabará por completo.
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Colores en el Cielo
PoesiaMis pulmones ardían mientras el agua salada los llenaba, movía mi cuerpo con rudeza intentando subir a la superficie pero solo me hundía más gracias a la fuerza de las olas. Mientras me hundía, en mis lágrimas saladas, una mano bajo de la superfici...