Capitulo Nueve

48 25 1
                                    

Todo era mejor cuando estaba ella. Su risa, su mirada, su amistad, su amor. De alguna forma todas las cualidades que ella tenía, lo hacían sentir completo de una forma que ni el mismo – aún después de todo – era capaz de entender. Sabía que él era mejor cuando pensaba en ella, cuando sentía su presencia.

Se maldecía así mismo por haber sido tan cobarde, por no haberla escuchado cuando ella le rogó que dejara de verla, por no haber huido cuando aún podían, por ser tan idiota de pensar que por una vez en su vida alguien podría amarlo por quien realmente era. Se odiaba por no haber hecho tantas cosas que harían que su Sheiley aún estubiera con vida.

Tenía tantos sentimientos luchaban dentro de sí.

El odio, hacia su padre, por ser un monstruo sin corazón que desde pequeño lo había criado para ser carente de alma. La incertidumbre de no saber en quien confiar. El rencor hacia la persona que había entregado a Sheiley ante su padre y a los directivos. El amor puro que sentía por Sheiley, y la tristeza de haber la perdido.

Por primera vez en muchos años, haría lo más odiaba hacer. Lo que su padre y hermano tenían al hábito de hacer cada noche antes de ir a dormir. Tomar hasta olvidar su propio nombre.

Luego de horas tomando el cuerpo inconsciente de Sheiley, no tubo más opción que hacer lo que tenía que hacer. Había sido rápido e indoloro. Al terminar, fue corriendo hasta llegar a su casa, si aún se la podía llamar así. Al llegar tomo la botella de su hermano y se sentó viendo el expediente robado de Sheiley que aún guardaba en secreto. Pasó un tiempo antes de que el sonido de la puerta lo alertara. Al voltearse encontró a su hermano allí mirandolo con intriga.

— ¿Que demonios crees que haces? Tu no bebes — exclamó molesto Gael.

— Sheiley Haryk — contestó Sandrew.

— ¿Que?

Sin entender a su hermano, se acercó a paso lento dejando algo de distancia entre ambos.

— Ese era su nombre. La conocí hace unos 8 meses. El día que la vi me ordenaron llevarme a uno de sus compañeros a la sala de interrogación, y ella estaba allí. Cuando la vi fue... como estar en casa, fue agradable, fue lindo. Por primera vez no pensé en ellos como seres inferiores, los ví por lo que realmente eran; esclavos. Prisioneros sin ningún tipo de esperanza. No quería enamorarme de ella porque era una de ellos y si Hullers lo hubiera sabido en ese momento... él no hubiera dudado en hacer lo que hizo. Pero cuando estaba con ella no se todo se sentía tan natural. Simplemente se iba todo el odio, el rencor, la tristeza. Absolutamente todo, y me llenaba de una paz – suspiró con una sonrisa –. La ame, la amo con todo mi corazón. Iba a dejar todo por ella. Y... ¡Mierda! No es jodidamente justo que a ella se la hayan llevado a hacer sus mierdas de experimentos mientras que a mi... – su voz se quebró – a mí me dejen seguir como si nada. Solo por ser el hijo de un monstruo que me ve como un peón, al igual, que a ti. Lo conoces y sabes que tengo razón. Él no cambiará jamás – confesó sin dejarse vencer por las lágrimas que trataban de salir.

Al escuchar esas palabras Gael no pudo decir nada. No era capaz de defender a Hullers porque si lo hacía las palabras que diría serían mentiras. Sabía lo que todos, incluso Sandrew le había dicho tantas veces, él era idéntico a su padre. Y nadie sabía cuánto se aborrecía asi mismo por serlo.

Desde pequeño le habían dicho que Gael era la réplica de Hullers. En ese momento no le importaba después de todo era un niño, pero al pasar del tiempo se dió cuenta de lo que en realidad significaba parecerse a su padre. Significaba ser un monstruo tal y como su hermano le había dicho que era. Y aunque los demás no se dieran cuenta, él no quería terminar como su padre. El no quería ser monstruo, pero no sabía ser otra cosa.

El secreto de los guardianesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora