Prologo

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Las calles de Nueva York estaban cubiertas por una densa niebla. Magnus Chase, a pesar de estar muerto, se le ponía la carne de gallina con tan solo imaginar los secretos que se ocultaban tras aquella oscuridad.
Sentado en un banco de Central Park, con la única compañía de una ardilla y una bolsa de patatas vacía, Magnus pensaba en cómo había cambiado su vida en apenas meses. Antes, ni siquiera entraba en su cabeza que al morirse, iría a un sitio conocido como el Valhalla, que sería hijo de un dios o que había enanos y elfos en cada esquina de Nueva York.

Un ruido detrás de los arbustos hizo que el muchacho volviera a la realidad. Se puso rígido y agarró la empuñadura de su espada con tanta fuerza que se le pusieron los nudillos blancos como la tiza. Se acomodó el largo cabello rubio y esperó a que algo —una ardilla quizás— apareciera. Pasaron tres minutos, y nada fuera de lo normal había sucedido. Cuando estaba a punto de darse por vencido, se oyó un rugido —no, dios, lobos no— y las hojas de los árboles moviéndose por un viento inexistente.
Justo en ese momento, antes de que Magnus pudiese reaccionar, una figura apareció de repente.
Él chico no mentiría si lo que estaba viendo era la mujer más hermosa que había visto en su vida. A pesar de la oscuridad, pudo distinguirla bien. No pudo distinguir su atuendo muy bien, tan solo una camiseta naranja y una chaqueta negra.Era alta y esbelta, y parecía caminar con una seguridad envidiable. Sus movimientos traicionaban su cara; no estaba tranquila, ni sonriendo. Sus ojos de un castaño precioso parecían preocupados. Fruncía el ceño y sus delgados labios formaban una línea recta justo debajo de una nariz roja por el frío de noviembre. ¿Lo más raro de todo? Empuñaba una espada.

— Dioses ¡por fin alguien de los míos! — de repente, se puso firme y pareció recordar algo— ¡Hay un enorme cíclope zampándose todas las hamburguesas del McDonald's, y como no me ayudes, no sólo tendré que lidiar con mortales confusos, sino que con niños llorones!

Magnus se quedó de pie, en su sitio, todavía agarrando su espada.

— ¡Por las barbas de Poseidón! ¿Todavía eres nuevo en esto?

Él muchacho siguió sin articular palabra.
La chica respiró hondo y pareció senerarse.

— Perdona— ahora parecía simpática y todo—, llevo unos días inaguantables. Soy Ashley, Ashley Castellan, hija de Hermes.

Magnus no creyó haberla oído bien. Y, de todos modos, ¡él estaba muerto! ¡era invisible! A lo mejor había resucitado, a lo mejor estaba en el cielo...
Podría haber elegido algo inteligente que decir, pero al final sus palabras brotaron solas.

— ¿Hermes...?

La chica morena suspiró.

— Sí, ya sabes...Dios de los mensajeros, ladrones...como quieras llamarlo.

— Yo...tú...— intentó decir Magnus— No deberías verme.

— ¿Qué? ¿Por qué?

Parecía sorprendida, y Magnus no la culpaba, solo esperaba que creyera lo que iba a decirle a continuación.

— Porque estoy muerto.

Ashley inclinó la cabeza y clavó la mirada en el muchacho rubio.
Actuó de una manera muy diferente a la que él pensaba que iba a hacer — reírse de él, llamarle loco o acusarle de impostor o monstruo—. En su lugar, pareció enfadarse. Miró hacia arriba y elevó las manos al cielo.

— Dioses, ¡Hera¡ ¿Por qué otra vez? ¿Tenías que borrarle la memoria a otro pobre chico? ¿No te bastaba con dos...

Antes de que pudiera continuar, Magnus corrió hacia ella y le tapó la boca con la mano. Como respuesta, la muchacha se sacudió y, a la desesperada, le mordió la mano. Él la soltó y por poco no cayó al suelo.

— Te oirán.

— ¿Quiénes me oirán? ¿Las ardillas? Porque está claro que los dioses nunca nos prestan atención...

— Los míos— le interrumpió—. Te oirán los míos.

Se quedaron en silencio y nadie dijo nada durante unos instantes. Cuando Magnus sintió que aquella extraña sensación se había desvanecido, rompió el silencio.

— Por los calzoncillos de Frey, ¿quién diablos es Hera?

Al menos, Magnus parecía haberse liberado de su estado de shock. Esta vez le tocaba a Ashley sorprenderse.

— Frey...me suena...

— ¿Qué eres? ¿Una semidiosa hija de Freya? ¿Una valquiria, quizás?

Ashley esbozó una mueca.

— Ya te lo he dicho. Soy una semidiosa, hija de Hermes.

— ¿Hermes?— repitió Magnus, asombrado— ¿Qué clase de nombre es ese? ¿A caso es un dios que se me olvidó de estudiar? No te ofendas...

Antes de que pudiera continuar, una horrible figura se puso entre los dos adolescentes. Ashley soltó una maldición en griego antiguo —algo de que porque había bajado la guardia— y Magnus se dispuso a colocarse el flequillo detrás de las orejas, no sin antes contestar quejándose de qué demonios era aquella cosa.

— ¿Ashley?— preguntó— ¿Es un gigante de Jotunheimn?

— ¿Gigante de Jotaqué...?— intentó decir la chica, clavándole una estocada a la cosa esa.

Era un gigante, según Ashley. Y a juzgar por las bolsas de patatas fritas que llevaba pegadas al cuerpo, Magnus se atrevería a juzgar que era el ser por el que la chica se estaba quejando antes.

Ashley y Magnus compartieron una mirada. Ninguno de ellos entendía nada sobre el otro. Ashley ni siquiera conocía el nombre del muchacho. Una era griega y el otro vikingo. Una era hija de Hermes y el otro hijo de Frey. Una estaba viva y el otro no. Pero, de todos modos, no llegaron a acabar con el gigante, ni siquiera llegaron a saber qué clase de persona eran...pasó muy rápido; el gigante rugió cuando Ashley le dio una estocada en el muslo. Enfurecido, cogió a Ashley con una facilidad envidiable y la arrojó al suelo con tanta fuerza que para una persona normal, hubiera sido mortal. El gigante recogió a la muchacha del suelo y, con un destello de luz dorada, desapareció, dejando así al joven vikingo aturdido.
Y solo en la oscuridad.

Solo con los secretos.

Last Warrior|| Guardiana del Olimpo 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora