Era 24 de diciembre.
Alfred miró nuevamente la ventana, como cada día desde que su padre se había ido. Deseaba con todas sus fuerzas que él estuviera allí con ellos para poder comer pavo y tomar jugo de frutas.
Las agujas de reloj sonaban fuertemente y en la cabeza del niño, eran un eco sobre el vacío.
Las ocho de la noche fueron anunciadas.
La madre tomó una manta y lo cubrió.
-Santa vendrá pronto- le dijo dándole un abrazo.
-Santa era papá disfrazado.
La mujer se apartó de él.
-Si quieres puedes ir a la cama, pequeño.
-Hasta que santa venga.
La mujer suspiró y miró los ojos del niño, cerró los párpados, repudiaba su mirada. Eran los ojos totalmente oscuros de un demonio, era la mirada vacía de un ser lleno de maldad, era la misma presencia del rey de la oscuridad. Era su madre, pero ni ella podía soportar eso, no culpaba a su esposo de haber huido. ¿Qué habían hecho ellos para que tal maldición cayera? Quizá haber fornicado antes del matrimonio sí tenía consecuencias.
A las ocho y treinta se sirvió la cena, la mujer comió en silencio mientras el niño tocaba con el tenedor el plato lleno de verduras.
-¿No hay pavo?- dijo el muchacho llevándose el primer bocado.
-Es muy caro y yo no he encontrado trabajo.
El muchacho escupió la comida sobre el mantel blanco.
-Sabe asqueroso.
Ella miró los desperdicios, no solo eran zanahorias y papas, habían pequeños pedazos de algo blanco e irreconocible. Con su cuchara los movió un poco.
Dientes.
La mujer tragó grueso.
-Tengo hambre, ¿qué más hay?
Ella miró los ojos profundamente negros, y luego la boca de su hijo, sus encías no estaban vacías... Tenía colmillos.
Ella se levantó.
-Ve a la cama.
-Pero tengo ham....
-¡AHORA!
Él se asustó y se levantó.
-Buenas noches, mami- se acercó a ella-. Te quiero y Feliz Navidad.
Ella sintió el aliento de su hijo en su cuello cuando él la abrazó, sudor helado empezó a emanar, trató de no gritar.
-Y yo a ti, mi cielo.
Él se despegó y corrió escaleras arriba.
Al oír la puerta que se cerraba ella corrió hacia el teléfono y llamó a la policía.
-Señor, quiero que arresten a mi hijo- dijo con miedo.
El niño era un secreto, pero no podía serlo más.
-Cálmese señora- dijo el policía al otro lado de la línea- ¿Por qué quiere que nos llevemos a su hijo?
-Es un monstruo, ¡no quiero que me haga daño!
-Señora, ¿por qué dice eso?
-Tiene colmillos, muchos de ellos y ojos negros y... no sé tengo miedo.
-Señora, no entiendo lo que me dice, pero enviaremos una patrulla para que esté tranquila.
-Gracias, gracias.
Colgó.
Ella respiró y miró hacia las escaleras.
-¿Soy malo?
Ella se sobresaltó, tocó su pecho. Su hijo la miraba fijamente.
-No...
-Entonces por qué llamas a la policía.
-Porque...
Ella lo miró, su mirada era extraña.
-Porque soy malo- él se acercaba.
Una gota de sangre cayó de la boca de su hijo, su labio estaba perforado, debió ser porque todos sus dientes habían sido reemplazados por una hilera de colmillos afilados.
Ella respiró, se acercó y lo abrazó.
-No es nada, cariño, mami está pasando por muchas cosas.
-Hueles a miedo- le dijo el niño.
Ella lo miró.
-¿Sí?
-Sí, el olor a miedo me da hambre.
Los ojos de ella se pusieron en blanco.
Él respiró ruidosamente.
-Tu sangre huele bien.
Él sonrió, mostrando todos sus dientes.
Ella lo arrojó a un lado y corrió lo más rápido que podía, salió de la casa y él la siguió.
-¡Mami! ¡Vuelve!
Ella corrió, hacia la calle sin mirar atrás... ni a los lados...
Un auto la golpeó.
El pequeño Alfred miró desde la puerta de su casa. Cayó de rodillas y empezó a llorar, sus lágrimas eran veneno puro y quemaban sus mejillas.
-¡MAMI!
Corrió hacia ella, de la patrulla se bajó una mujer con piel morena y miró el cádaver.
El niño se lanzó sobre la que había sido su madre. La sangre de la mujer seguía oliendo bien, como a fresas. Empezó a llorar y la ropa del cadáver se deshacía cuando las lágrimas lo tocaban.
La policía miró al niño, se alejó un poco.
-U monstruo- dijo y lo apuntó con el arma- ¿qué le estabas haciendo a tu madre?
-¡Nada!¡Yo la amaba y usted la mató!
El grito no fue de un niño. La mujer se aterrorizó y dio un disparó al pavimento.
-No me hagas daño- dijo con una voz aguda y llena de terror, se subió al auto y condujo lo más lejos posible.
El pequeño Alfred miró el horizonte, esperando que santa apareciera y todo cambiara, que su madre le hablara, que su vida volviera. Cerró los ojos y el cuerpo de la mujer. Él sabía que era un monstruo y le temían, por eso su madre había muerto y su padre había huido; él nunca quiso dañar a nadie, pero si eso era lo que el mundo quería, eso sería.
Y la sangre de su madre sabía tan bien como olía.
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Mea Paradisum
HorrorCompilación de relatos que he escrito para Under Élite. Espero les gusten.