Mea infernum

6 0 0
                                    

¿A qué edad se tiene consciencia de la muerte? ¿Cuándo te das cuenta que el tiempo es limitado?

Quizá eso marca la diferencia entre ser un infante y algo más.

Yo perdí mi niñez a los cinco años. Recuerdo haber llorado horriblemente, creía que mi padre se iría al infierno y yo jamás lo conocería, que gozaría de la eternidad sin su compañía.

Había entendido lo que era perecer y el párroco nos había dicho que luego habían dos caminos, fueron dos golpes duros: el hecho de dejar de respirar y la posibilidad de quemarse por los siglos sin morir.

Lloré como la pequeña que era, mi madre me reclamó el hecho de estar preocupada por la muerte cuando mi edad era demasiado corta.

Pero la vida podía ser solo un chasquido, muchos la perdían sin siquiera abrir los ojos, así que empece a gritar que no quería fallecer.

¿Qué pasa si la religión tiene razón? No debía cuestionarme eso, la palabra era absoluta y sin equivocación.

¿Qué es un pecado en sí?

¿Se puede pecar sin saberlo?

¿Se puede pecar sin querelo?

A los diez años lloré por otra razón, ¿y si era yo la que estaba destinada a sufrir eternamente?

Lloré con mi abuela, lloré con mi madre, les lloré a todos y jamás entendieron por qué lo hacía. Solo era una niña que ya no quería entrar a la iglesia, que creía que las imágenes la acusaban de pecadora, se sentía arrastrada bajo el suelo cada noche y veía en sus sueños el castigo que la esperaba.

Me negaba a pronunciar el nombre de Dios, un nudo en la garganta era lo único que conseguía. Y sin importar cuanto rezara en silencio por paz interior una tormenta mental era lo que obtenía.

Morí en vida por miedo a morir, encerrandome en mi cuarto, con velas encendidas, rosario en mano, biblia desplegada, hincada hasta que mis rodillas dolieran, toda una santa. Repetí las Aves Marías mil veces, el Credo tratando de enfatizar "la conversión de las almas", memoricé salmos, deje de comer ayuno, deje de sonreir como penitencia.

Use ropa asfixiante, debía conservar mi decencia, me aparte de la compañía de todos porque podían tentarme a vivir mundanamente.

Hice un voto de silencio, uno de castidad. Me encerré en mi misma me convertí en zombie levantando las manos para sentir la bendición cuando me lo ordenaban, mostrandome fiel sobre mis rodillas cuando me lo pedían, cerrando mis ojos en ciega obediencia, entregando mi alma a la iglesia.

Y buscando salvarme del infierno, creé uno propio aquí mismo en la Tierra.

Mea ParadisumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora