Besarte

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Diez de la noche. La luna brilla en el cielo como única testiga de mi corazón que palpita con locura mientras te acojo en mis brazos, como muchas veces quise. Te tengo, mi hermoso complemento, te tengo y mis lágrimas empiezan a correr ante tan bella y desastroza escena.

Pero yo voy a besarte, amor mío, mientras tus labios siguen rojos, con el sabor de tu sangre, los míos partidos de tanto rozarlos y mis sentimientos rotos cuando no observo la luz en tus pupilas negras, en medio de esos iris avellana que me enloquecieron cada día desde la primera vez que los vi.

Te besaré, como nadie nunca te ha besado. Siento el deseo de desarmarte de cada centímetro de ropa, y no porque mi cabeza haya dejado a un lado, sino porque quiero ver la delicadeza de tu cuerpo desnudo, aún si está teñido de escarlata. La oportunidad se me escapó de las manos, tu último suspiro entró entre mis labios cuando desde lo lejos llegó la bala perdida que impactó en tu espalda, en el momento justo en que sellabamos con un ósculo el contrato de nuestro romance.

Tu cuello huele a sudor mientras delicadamente absorbo el aroma de tu desvanecida presencia, tomo tu mano y el contacto es frío y delicado, observo mis lágrimas llenar tus mejillas grisaseas y no puedo parar de admirarte, quiero fundirme contigo, creer que me has dejado ser el primero y ser el último al mismo tiempo. Quisiera hacerte el amor mientras lloro tu muerte, hacerte mía sin que puedas ser jamás de nadie más, pero me niego a besarte locamente, no me atrevería a profanar tu recuerdo de esa manera.

Luego de una despedida forzada, aparto mis labios de los delicados pétalos marchitos que daban entrada a tu ahora petrificado amor, tu mirada perdida está en la infinidad del cielo, como tu alma.

Y me resigno a la verdad que todo mi cuerpo intenta ocultar desesperadamente: a penas eres mía y ya debo dejarte ir.

Mea ParadisumDonde viven las historias. Descúbrelo ahora