CAPÍTULO 2

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      Un nuevo día había llegado y la lluvia con él. Las calles de Londres estaban rebosantes de agua, y, los charcos, empapaban los amplios vuelos de las faldas de las damas. Grace siempre adoró esos días en los que los chaparrones no cesaban, y le hacían recordar su infancia cuando chapoteaba con sus pequeños pies sobre los húmedos prados. Aquella sensación de plenitud, de la que ya no se acordaba, había sido sustituida por un vacío desolador. Las marcas que Thomas había infligido sobre su cuerpo casi habían desaparecido, y podía volver a caminar con normalidad sin que el dolor la perturbase. La tienda de la señora McGuire quedaba a tan solo unos minutos de la mansión. Allí se vendían las mejores tarjetas de invitación de toda la ciudad. Los colores eran espléndidos y el tacto del papel, suave y aterciopelado. Una vez hubo llegado al local, el sonido de la campanilla le dio la bienvenida. El dulce perfume de lilas que inundaba la estancia hizo que sus sentidos se eclipsaran ante tal gozo.

—Buenos días, milady. ¿En qué puedo ayudarla? —dijo la señora McGuire dulcemente.

—Buenos días. Estaba buscando tarjetas de invitación. Me han comentado que las suyas son las mejores de todo Londres.

—No es por pecar de vanidosa, pero quien se lo haya insinuado tiene toda la razón —señaló la anciana mujer—. Y, dígame, ¿de qué tipo? ¿Para una fiesta, quizás?

—En efecto—sonrió Grace—. Para una fiesta.

—Todavía sigo conservando mi buen olfato. Antes, cuando era una muchacha, sabía a la perfección lo que los clientes querían tan solo con mirarlos.

—Pues al parecer sigue siendo así. La felicito. —añadió Grace.

—Muchas gracias, milady. ¿Desearía ver un catálogo?

—Oh, por favor, si es tan amable.

Grace esperó durante unos instantes y cuando la señora McGuire regresó, trajo consigo una gran variedad de tonos y papeles. Los depositó en la mesa de cristal, formando un abanico repleto de láminas, cada una más bonita que la anterior.

—Son preciosas. Es difícil escoger una.

—Déjeme que la ayude. ¿Dónde se celebrará?

—En la mansión de los Hamilton y acudirá lo más alto de la aristocracia.

—Entonces tendremos que optar por colores apagados y escasas florituras. ¿Qué le parece este azul oscuro acompañado de un sencillo lazo blanco roto?

—Me encanta. Perfecto.

—Déjeme que busque en la trastienda el modelo—la señora McGuire volvió a desaparecer. Pasados unos minutos regresó, pero su rostro era de pesar—. Lo lamento, no me quedan sin perfumar.

—¿Dice que las tiene perfumadas?

—Sí, milady. Sin embargo, su precio es un poco más caro.

—Me las llevo igualmente.

—¡Estupendo! Se las pondré en un paquetito para que pueda llevárselas.

Mientras la señora McGuire envolvía las tarjetas, Grace quedó absorta con la tienda. Los estantes, grandes y majestuosos, contenían todo tipo de cintas y lazos que evocaban a las más tierna de las infancias; las baldosas del suelo, pulidas y rectas, hacían que aquel pequeño espacio diese una sensación de paz de la que se había visto desprovista durante tantos años. El establecimiento tenía algo especial. No sabía si era por el aroma que desprendía o por la dulce sonrisa que la recibió al entrar, pero hacía que no quisiese abandonarlo.

Cenizas del PasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora