Londres, 1890.
El tiempo transcurrió y Grace nunca pudo olvidar el daño que Arnold había producido en su vida. Habían pasado siete interminables años y, pese a ello, el dolor seguía patente en lo más hondo de su corazón. Jamás volvió a ser la misma. Tras el frustrado enlace, descubrió que estaba encinta y su familia, para evitar el escándalo, decidió casarla con uno de los hombres más influyentes de Inglaterra. Al parecer, todos habían salido ganando: lord Wellington conseguía mantener intacto su buen nombre, ella no quedaba condenada al ostracismo social y su marido conseguía una esposa sumisa que no rechistara ante sus mandatos. El tiempo no solo trajo consigo olvido y pena, también eternos años de maltrato físico. La muchacha vivaz y risueña de dieciocho años había desaparecido junto con el recuerdo de Arnold aquel día en el que sus dulces sueños se quebrantaron. Lo único que la motivaba a seguir adelante era su hijo Hunter, demasiado pequeño para darse cuenta de la cruel realidad que se cernía sobre ellos.
Las ventanas de su dormitorio, abiertas de par en par, dejaban entrever un hermoso sol radiante que iluminaba la estancia. Su larga melena cobriza, enmarañada, quedaba extendida a lo largo de la almohada y las lágrimas que habían mojado ayer las sábanas de lino ahora habían desaparecido. Sentía los brazos pesados y rígidos, aunque sus piernas habían quedado tan marcadas que apenas podía caminar. Otro día más, una tortura nueva. Lord Thomas Hamilton, su repudiable marido, siempre encontraba nuevas formas de hacerla sufrir, la siguiente peor que la anterior. Con un gran esfuerzo consiguió levantarse de la cama y asearse. Afortunadamente, el rostro no estaba muy magullado y con unos pocos polvos conseguiría disimularlo. Así era ahora su vida; siempre callada y obediente.
Su magullado cuerpo alcanzó el pomo de la puerta, lo giró y se armó de valor para enfrentarse al nuevo día. Caminó por el largo pasillo del piso superior de la mansión. Las paredes, de un blanco inmaculado, destacaban a la luz del sol de la mañana. Pese a la majestuosidad de aquella casa, Grace no la sentía como su hogar, sino como una preciosa jaula con barrotes de oro que hacía que sus deseos se viesen privados de la manera más cruel posible.
Llegó al comedor donde Thomas y Hunter se encontraban desayunando. El rostro de su marido no mostraba ninguna emoción, como era costumbre en él: el pelo, corto y moreno, contrastaba con la cuidada barba y sus ojos estaban vacíos de sentimientos. La rectitud con la que presidía la mesa y leía el periódico era tan turbadora que sobrecogía el alma de Grace.
—¿Vas a quedarte mirando todo el día o vas a sentarte con nosotros de una vez, querida? —escupió la última palabra con frialdad.
Grace se había acostumbrado a sus desplantes y humillaciones; sin embargo, lo que no conseguía soportar eran los dolores punzantes que sentía por los golpes al sentarse.
—Lamento la tardanza, esposo. No era mi intención hacerte esperar.
—No te preocupes, nadie te ha echado en falta —la indiferencia que emanaba de los ojos de Thomas la hizo estremecerse.
—Lilly —llamó Grace a una de las doncellas—, llévate al señorito Hamilton a su habitación.
Una vez Hunter se hubo marchado, Grace estuvo más tranquila. No quería que su hijo presenciara las escenas de violencia que protagonizaba su padre y mucho menos cuando la precursora de tal acción era ella.
—¿Por qué has hecho que se lo lleven? —preguntó Thomas con desdén.
—Es su hora de lectura —respondió.
De repente, Thomas cerró el periódico y clavó su inquietante mirada en ella.
—Vamos a dar una fiesta en la mansión.
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Cenizas del Pasado
Fiksi SejarahLondres, segunda mitad del siglo XIX. Arnold Collingwood, segundo hijo de un conde inglés, ha conseguido amasar una gran fortuna gracias al éxito de su empresa. Es un hombre despiadado y frío en todas las facetas, sin embargo, toda alma ha de pasar...