CAPÍTULO 5

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         El sol, en su cénit, irradiaba luces ambarinas. La alegría con la que Hunter jugaba por los jardines de Hyde Park hacía que el corazón de Grace estuviese dichoso. Momentos así eran por los que valía la pena vivir.

Había salido con Lilly, encargada del cuidado de su hijo, y Emily, que insistió en acompañarla. Se alegraba de que alguien que no fuese el pequeño Hunter se preocupase por ella. En su rostro todavía quedaban vestigios del maltrato, aunque no había nada que unos pocos polvos no hicieran.

El viento que rozaba sus mejillas y el frescor de la hierba reconfortaron su alma mancillada. Hunter era el vivo retrato de Arnold, de eso no cabía duda. Rubio y con unos preciosos ojos verdes, iluminaban aquella oscuridad que la asfixiaba. ¿Qué haría cuándo Arnold regresara? ¿Sería el despertar de un amor acallado durante tantos años o tan solo un mero recuerdo que ahora se fundía en las profundidades? Grace nunca pudo olvidar el desplante que le hizo el día de su boda, dejándola a merced de su marido. ¿Sería capaz de olvidarlo todo para empezar de nuevo una vida junto al hombre que nunca había dejado de amar?

Cuando regresaron, entrada la tarde, Thomas estaba en su despacho, encargándose de los preparativos de la fiesta. Quería que todo fuera perfecto, que no hubiese ni un solo fallo. Pese al sigilo que Grace procuró realizar cuando entró en la casa, Thomas escuchó sus pasos.

—¡Grace! ¿Se puede saber dónde demonios has estado todo el día?

No había vuelta atrás, había despertado a la bestia que habitaba en la cueva.

—Perdona la tardanza, esposo. No volverá a suceder. Hunter se entretuvo más de la cuenta en Hyde Park. —Mostró la actitud más sumisa que pudo, intentando no alterar el hosco carácter de su marido.

—Da lo mismo —levantó la vista del papel que tenía sobre la mesa, trasladando su mirada hacia Grace—. Ayer te comenté que por fin había conseguido contactar con Collingwood, ¿recuerdas?

¿Cómo olvidarlo? El amor de su vida parecía haber regresado de entre los muertos para acecharla en las sombras.

—Sí.

—¿Hiciste su invitación y la de su hermano? Creo que era un tal... Daniel.

—Sí, las hice. Su hermano es lord Daniel Collingwood, conde de Southampton.

—¿Los conoces?

—Vagamente —se apresuró a contestar—. Fue en una fiesta hace muchos años.

—Ya veo. Eso puede serme útil en un futuro si todavía se acuerdan de ti.

Thomas guardó silencio. Sus pupilas se dilataban y las comisuras de sus labios comenzaron a encorvarse. Estaba claro que, en algún recóndito lugar de su malévola mente, algún plan retorcido estaba siendo concebido.

—¿Cuándo hiciste las invitaciones?

—Ayer. Supuse que su hermano también estaba invitado al ser noble, así que puse la invitación a nombre de la familia Collingwood. Tan solo falta enviarlas.

—Perfecto. Le diré a la señora McGregor que se acerque mañana a primera hora a la estafeta de correos para que las envíe. No sabes lo que me complace que seas tan obediente. Por primera vez me resultas útil. Bravo.

Estaba harta de sus insultos y vejaciones. ¿Era tan difícil para él mostrar un poco de amabilidad? Lo único que quería era marcharse de allí y no volver a verlo.

—¿Puedo retirarme, esposo?

—¿Retirarte? ¡Por supuesto que no! Tenemos que acabar de planificar la fiesta. Por ejemplo, la fecha. Creo que quedamos en que la haríamos a principios del próximo mes. El sábado, ¿no es así?

Cenizas del PasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora