Capitulo 4

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La extravagante casa de Carmine Falcone rompía completamente con todos los estereotipos de lugares mafiosos, pues a pesar de estar rodeada de guardias cada 3 metros, en el lugar reinaba un inquietante silencio poco común en esa ciudad tan bulliciosa.

Cecil abrazaba con fuerza una gallina ante la tranquila mirada de Don Falcone y la mirada preocupada de Victor. Ambos sabían que la rubia poseía habilidades increíbles que cada vez los dejaban más sorprendidos, sin embargo, el extraño comportamiento y la locura de la chica era lo que más les impresionaba a medida que la conocían.

—Paloma —murmuró Cecil con un suspiro—. Eres el animal más perfecto que existe. Te amo mucho.

—Me alegra que te gusten mis gallinas, Cecil —habló Don Falcone con una sonrisa—. Son animales realmente admirables.

—Por favor díganme que es una broma —murmuró Victor con una mueca en la cara—. ¿Nos ha llamado para ver sus gallinas, Don Carmine?

—Lamentablemente, no —respondió Don Falcone haciendo que Cecil riera—. Les he pedido que vinieran porque debo hablar de asuntos de suma importancia con ustedes.

—¿Y hablaremos de esos asuntos con las gallinas presentes? —preguntó Victor y Don Falcone rio.

—No. A decir verdad, no hablaremos de esos asuntos hoy —dijo Don Falcone y Cecil arqueó una ceja acariciando la cabeza de la gallina con cuidado—. Esta tarde saldré de la ciudad por unos cuantos días. Y para cuando vuelva necesito que el problema con Jim Gordon esté resuelto —alternó la mirada entre ambos asesinos—. No me interesa que métodos utilicen, simplemente hagan que la policía deje de seguirnos el rastro.

Victor y Cecil intercambiaron miradas con una sonrisa antes de asentir con la cabeza.

—Sus deseos son ordenes, jefecito —dijo Cecil abrazando a la gallina una vez más para después dejarla en su jaula.

—Nosotros nos encargamos —habló Victor.

Horas después, los tres se encontraban en los límites de la ciudad. Don Falcone los miraba silenciosamente con una sonrisa ladeada mientras el chofer de una camioneta negra se bajaba a abrirle la puerta.

—Confío en ustedes —dijo Don Falcone con calma antes de subirse a la camioneta—. La ciudad es suya.

—No se arrepentirá, jefecito —dijo Cecil con una sonrisa.

—Sé que no —habló Don Falcone devolviéndole la sonrisa—. Cuiden de mis gallinas.

Una vez que Victor y Cecil se quedaron solos en medio del puente volvieron a intercambiar miradas y Cecil rio.

—Hora de saldar cuentas, calvo —dijo la velocista.

***

Al día siguiente, Cecil se encontraba sentada tras el escritorio de Don Falcone con ambos pies sobre este, y en las manos tenía un cubo Rubik el cual armaba y desarmaba en cuestión de segundos. Junto a ella, Victor se encontraba parado con los brazos cruzados y una expresión seria.

La puerta se abrió de golpe llamando la atención de ambos. Oswald Cobblepot entró con su peculiar manera de caminar golpeando con fuerza el suelo con su paraguas. Cecil sonrió ampliamente y dejó con cuidado el cubo sobre la mesa para posteriormente extender los brazos.

—Dobro pozhalovat', moy drug —habló en un perfecto acento ruso—. Significa "Bienvenido, mi amigo" por si no sabías.

—¿Dónde está Don Falcone? —dijo Oswald frunciendo el ceño.

—Nuestro buen amigo, Don Carmine Falcone, no se encuentra en la ciudad en estos momentos —respondió Cecil.

—¿Y por qué no he sido informado de eso? —preguntó Oswald.

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