Capítulo 2

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—¿Qué te parece "Al infinito y más allá"?—

Victor suspiró pesadamente y miró de mala manera a Cecil la cual no dejaba de sonreír.

—Ya te dije que no tendremos ninguna frase de entrada —dijo Victor en voz baja.

—Por favor, Victor —reclamó la rubia haciendo un puchero—. ¿Sabes cuál es la diferencia entre un villano y un supervillano? —preguntó haciendo que el calvo rodara los ojos.

—Cecil, por favor...—

—¡Presentación! —exclamó Cecil interrumpiéndolo—. ¡Debemos tener una buena presentación, Victor!

—Te ignoraré por el resto del camino —comentó Victor y Cecil rio.

—Debiste dejarme arrancarle los ojos a Montarulli —dijo apoyándose en el hombro de su compañero—. Ya está muerto, no los necesitara más.

—No tenemos tiempo para eso, el jefe nos necesita en su casa cuanto antes —respondió Victor—. Debemos ser cautelosos.

El auto en el que ambos iban se detuvo de golpe haciendo que ambos se dieran un fuerte golpe en la cabeza contra el asiento delantero. Victor soltó un pequeño gruñido mientras se tocaba la cabeza en busca de alguna herida.

—¡¿Qué creen que hacen?! —gritó la rubia mirando a los conductores.

—La policía nos rodea, señorita —respondió el conductor temeroso.

—A la mierda —murmuró la chica abriendo la puerta con una patada.

—Cecil, espera —la llamó Victor.

—Sabes que no me detendrás, Victor —dijo Cecil mirando a su compañero.

Victor sonrió terminando de contar el número de balas en sus pistolas y les quito el seguro a ambas.

—¿Suficientes? —preguntó Cecil sonriendo.

—Siempre son suficientes —respondió Victor.

Se bajaron del auto con completa tranquilidad, rápidamente todos los oficiales de policía los apuntaron con sus armas desde una distancia prudente.

—¡Muy buenas tardes, señores oficiales! —gritó Cecil haciendo una reverencia—. ¡No quiero sonar grosera, pero están atravesados!

—¡Zsasz, Thawne! —habló Jim por el megáfono—. ¡Ambos están arrestados por el asesinato de Alonzo Montarulli, Angello Bianchi y otras 29 personas!

—¡Realmente son 35! —gritó Cecil levantando los brazos—. ¡Los guardias de Montarulli eran muy persistentes! ¡Además, creo que el hijo de...!

Cecil se calló de golpe al ver como a lo lejos se acercaban corriendo unas personas, y a pesar de que no conocía a la mayoría, sabía perfectamente quienes eran.

—¿Cecil? —preguntó Victor en voz baja notando como su compañera fruncía el ceño y bajaba las manos con lentitud.

—Las personas de atrás —susurró Cecil—. No deben ver mis poderes.—

—¿Los conoces? —preguntó Victor mirándola de reojo.

—He escuchado de ellos —respondió Cecil—. ¿Me prestas una pistola?—

En un movimiento rápido, Victor le lanzó una de las pistolas a Cecil y empezaron a disparar escondiéndose tras el auto. En un instante todo el lugar se llenó de disparos y oficiales heridos, e inclusive unos cuantos muertos. No obstante, contrariamente al resto de los días que la rubia parecía disfrutar la masacre que causaba, esta vez Victor podía percibir como su compañera parecía irritada ante la presencia de los extraños individuos que había llegado pocos minutos antes, sin embargo, estaba más concentrado en no salir muerto que en la ira de Cecil.

—Maldita sea —murmuró en el momento que la pistola se quedó si balas—. Enserio necesito que te deshagas de ellos.—

—Puedo con la pistola —respondió Cecil logrando darle en la cabeza a un par de policías—. Ya te dije que no deben ver mis poderes.—

—¡Maldita sea, Cecil! —exclamó Victor en el momento que una bala le rozo el hombro—. ¡Son demasiados!—

Cecil se mordió el labio infierno pensando en que hacer en esa situación. Sabía que podía deshacerse de todos los policías en menos de un segundo, pero no sabía de qué eran capaces los individuos que se miraban todo desde atrás. Había escuchado que eran un equipo de héroes que viajaban a través de la historia gracias a la ayuda de un antiguo Maestro del Tiempo, más nunca se había imaginado que llegaría a toparse con ellos.

—A no ser que se hayan enterado de que no soy de aquí —susurró para sí misma.

—¿Qué? —preguntó Victor empezando a preocuparse por la actitud de su compañera.

—Debemos irnos —dijo Cecil lanzando la pistola a un lado.

—¡Hasta que por fin entras en razón! —exclamó Victor.

Entrelazaron sus manos e intercambiaron miradas unos instantes antes de que ambos desaparecieran de ahí en una ráfaga de viento dejando a los policías desconcertados.

—¡Maldición! —exclamó Jim frustrado de volver a fallar en atrapar a los reconocidos asesinos.

Pocos segundos después, Don Falcone sintió como una ráfaga de viento llegaba a su oficina, sin embargo, no se inmutó al saber de quienes se trataban.

—Escuche que tuvieron problemas —habló tranquilamente sin levantar la mirada de los papeles en sus manos.

—Jim Gordon intentó arrestarnos —dijo Victor mirando a su jefe—. El departamento de policía nos interceptó en el camino.—

Don Falcone se quedó unos minutos en silencio analizando la situación. Los papeles en su mano significaban una potencial amenaza para toda la ciudad y lo que menos necesitaba en esos momentos era la policía siguiendo su rastro, sin embargo, sabía que cualquier movimiento sospechoso levantaría dudas contra él.

Se encontraba en una cuerda floja.

—Iré a ver a las gallinas —dijo levantándose con calma.

Victor lo miró preocupado mientras Cecil reía por lo bajo. Ambos sabían que esos animales emplumados eran decisivos a la hora de tomar decisiones y eso era probablemente lo más extraño y gracioso que había sucedido en sus vidas.

—¿Ahora que, calvo? —preguntó Cecil apoyándose en el marco de la puerta.

—Ahora tu y yo hablamos —dijo Victor cruzando los brazos—. ¿Quiénes son esas personas y por qué no deben ver tus poderes? —preguntó a lo cual Cecil suspiró.

—Se llaman a sí mismas las Leyendas del Mañana —respondió Cecil encogiéndose de hombros—. Realmente no tengo ganas de hablar sobre ellos.

—Pues deberás —dijo Victor rápidamente—. Por culpa de ellos casi morimos allá.

—Es difícil para mí, Victor —dijo Cecil desviando la mirada.

—¿Qué es difícil? —preguntó Victor—. Conseguiremos la manera de deshacernos de ellos. Pero necesito saber quiénes son.

—Ya te dije, son las Leyendas del mañana, eso es todo lo que sé —respondió Cecil—. Googlealo o algo.

—¡Eso no ayuda en nada! —exclamó Victor—. ¿Por qué no deben ver tus poderes?

—Porque si los ven sabrán quien es mi padre —respondió Cecil de mala gana.

—¡¿Y qué importa que sepan quién es tu padre?! —exclamó Victor empezando a perder la paciencia.

—¡Por culpa de ellos mi padre murió, Victor! —exclamó Cecil—. ¡Y enserio no quiero recordar el hecho de que ni siquiera pude enterrar a mi padre!

Victor suspiró con fuerza en el momento que la rubia salió del lugar pateando la puerta. Había notado como en los últimos meses la velocista no había ido a visitar a su padre como acostumbraba, ni lo había mencionado siquiera.

Ahora entendía el porqué.

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