Esa noche se había puesto ebrio antes de la mitad de la fiesta y que había ido a un autoservicio cercano por una cajetilla de cigarros. Al ir volviendo, pasó cerca de un viejo edificio abandonado, que solía ser un supermercado y que le pareció ver algo en una ventana del segundo piso. Se detuvo a ver mejor, y notó que era una mujer sin camiseta ni sostén, y que al verlo se apartó rápidamente a la penumbra. Mi amigo es racional (incluso ebrio…, quizá incluso más que en sus cinco sentidos), y lo primero que se le ocurrió fue que la acababan de violar y que estaba asustada de salir. Corrió hacia la entrada del edificio y, ayudado con la luz de su celular, encontró las escaleras al segundo piso. Se acercó a donde la había visto, llamándola, asegurándole que quería ayudarla. Todo el piso estaba en silencio, ella no estaba. Supuso que era natural que ella no quisiera salir de donde estuviera oculta, si es que acababa de pasarle lo que él creía. Aun así, se sintió responsable de ayudarla, por lo que dejó su sudadera y su teléfono celular en el suelo y dijo que saldría del edificio para que ella pudiera ponerse la prenda y hacer una llamada, que le gritaría cuando estuviera afuera para que viera que era cierto. Repitió que sólo quería ayudar. Apenas comenzaba a retroceder para hallar su camino de regreso al primer piso cuando la luz de su celular lo iluminó. Él se protegió los ojos del flash. Entonces el celular se deslizó por el piso hasta sus pies. Lo recogió y lo volvió a encender para descubrirla ahí parada frente a él, apenas cubierta por el suéter, cabizbaja y temblando, asustada y tímida --rasgo que lo volvía loco, así como a mí me volvía loco una mujer atrevida--. La describió como joven pelirroja de aproximadamente 21 años, ojos cafés, piel clara, labios carnosos, uno setenta de estatura (diez centímetros menos que él; diez más que yo), complexión delgada, busto grande, caderas anchas y aparentemente la mujer más sensual que jamás hubiera visto.
Él descubrió que quería abrazarla y decirle que todo estaría bien, aunque sabía que no era el lugar ni el momento. Lo correcto era sacarla de ese edificio y llamar a la policía, pero por más que se lo repetía no podía moverse, no quería dejar de mirarla. Puso su mano en la mejilla de la chica e hizo que alzara la cara hacia él, y cuando sus ojos se encontraron, me dijo que casi pierde el equilibrio. Y cuando ella le sonrió, me dijo que lo hizo sentir débil, que no lo pudo evitar. Dejó que su mano, la que no sostenía el celular, se deslizara lentamente hacia el suéter y se lo arrebataran a la muchacha, que no puso ninguna clase de resistencia. Al mirarla de cuerpo entero, se echaron a andar todos sus más oscuros deseos y fantasías como nunca antes había pasado con ninguna de sus anteriores parejas sexuales. Hizo una mueca y se maldijo por haberse distraído al observar la pantalla de su celular frente a él. Dijo que le llamó la atención que, según la pantalla de su cámara, no había nada frente a él; tan solo estaba su mano con su suéter, y en cuanto vio esto, sintió todo el peso de su prenda colgándole del brazo, pues la chica se había esfumado.
Dijo que en ese momento se había asustado tanto que había corrido hasta la salida del edificio y que no fueron sino las náuseas lo que lo detuvieron ya estando afuera. Se torció a vomitar todo el licor que traía encima. Y que cuando estaba a punto de limpiarse la boca con su suéter, su fragancia atrapó su nariz; toda su tela estaba impregnada de un olor dulce y fresco, como a lilas. Lo apretó a su nariz para inhalarlo…, y que era todo lo que recordaba de esa noche.
Me dijo que despertó el día siguiente en su cuarto, con una resaca y sin saber ni cómo había llegado hasta ahí. Se levantó y se acercó a la ventana, y mientras él hacía esto, yo me fijaba en su laptop, en la que había una extraña página abierta llena de signos y pentagramas, típica del buscador Tor, llamada “LA PURGA”.