Capítulo 3: Obsesión

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Mi amigo abrió las cortinas para dejar ver una bella flor blanca, parecida a un tulipán recién cortado, que estaba en un pequeño frasco con agua. Me dijo que la había encontrado al pie de su puerta, cuando salió de casa para ir a la escuela.

“Mi madre entra y sale por esa puerta como diez veces antes de que yo me levante; cientos de personas caminan frente a esa puerta por las mañanas; ¿cómo es que nadie la pisó o la recogió?”. Preguntó. Yo no le supe responder.

Me dijo que era la misma fragancia que ella había dejado en su suéter, que esta flor se la había dejado ella a forma de obsequio esa noche, como una ofrenda de amor. Estaba como nueva; no se notaba que tuviera más de un día.

En este punto tuve que interrumpirlo para hacerle muchas preguntas, como por ejemplo si alguien había puesto algo en su bebida esa noche, o si sabía de alguien que le quisiera jugar una broma. No tenía duda de que él hubiera sido honesto con respecto a lo que vio, pues siempre tuvo mi confianza: nunca me había mentido antes, y no había necesidad de que inventara una historia tan erótica para mí, pues yo sabía con qué chicas salía y lo que hacía con ellas. Pero lo que me acababa de contar era demasiado extraño para creer que hubiera pasado de verdad.

Esto hizo que él se molestara porque pensaba que yo no le había creído y que se pusiera en un plan imposible. Yo traté de razonar con él; le dije quería oler su suéter para ver si era la misma fragancia de la flor, pero él se puso nervioso y me dijo que el suéter ya lo había lavado y que no podía dejarme oler la flor. Le pregunté por qué y él me dijo que nadie más debía oler la flor y que debía permanecer en su ventana en un frasco de agua en todo momento. Al preguntarle que quién le había dicho eso, él se volvió a poner nervioso y agresivo y me dijo que alguien que sí le creía y que no vendría a acusarlo con sus padres, y no importó cuánto tiempo más me pasé queriendo razonar, de ese plan ya no lo saqué; para él, yo ya no era seguro.

Terminé enfadándome y salí de su casa. No me explicaba cómo alguien tan ateo y racional como lo era mi amigo podía creer en su propia historia sin cuestionarse. Aunque también me llamó la atención escucharlo hablar de esa alucinación en el edificio y de ese “alguien” que le había dicho que hacer con la flor que supuestamente ella le había obsequiado. Afortunadamente, yo sabía bien donde encontraría respuestas, por lo que lo primero que hice cuando llegué a casa fue encender mi computadora, descargar Tor para navegar en la Deep Web y buscar la página que él tenía abierta: LA PURGA.

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