Durante el velorio, yo encontré espacio para subir a su dormitorio y anduve de un lado a otro, viendo los vestigios de lo que fue su vida el último mes. Encontré un dibujo casi artístico de la mujer en su cabeza escondido bajo su cama, lo que me activó la curiosidad. Busqué en su ropero y encontré el suéter que había llevado puesto a la fiesta; tras dudar un momento, me lo acerqué a la nariz e inhalé: la fragancia era tal y como él la había descrito.
Fui a la ventana donde él tenía su flor blanca. No pude evitar un nudo en la garganta al verla toda marchita y sin aroma. Su perfección se había disipado con la vida de mi amigo. Yo la tomé entre mis manos, me senté en la orilla de su cama y lloré por quien tenía un gran futuro y lo dejó todo de lado por una posibilidad nimia.Llevé la flor al sepulcro y la arrojé al ataúd antes de que lo cubrieran de tierra.
"¿Valió la pena?", le pregunté en mi mente. "¿Siquiera estás ahora con ella, con el amor que te costó la vida?"
En ese momento de verdad lo quería saber, quería creer que su sacrificio no había sido en vano. Como sea, obtuve mi respuesta esa misma noche.
Había comenzado a llover y yo estaba demasiado pensativo como para conciliar el sueño. Como mi madre estaba ya dormida, tomé un cigarro y salí al umbral de la puerta a fumármelo. Pero antes de poder terminarlo, mi nariz inhaló una esencia familiar. Lentamente bajé la mirada al primer peldaño del porche de mi casa para descubrir una bella flor blanca recién cortada. Me acerqué a levantarla, y descubrí que justo frente a mi casa, del otro lado de la carretera, sentada en la banqueta bajo una farola de alumbrado público, empapada por la lluvia, estaba ella cruzada de piernas, la misma mujer del dibujo de mi amigo. Me estaba viendo, con una sonrisa traviesa (atrevida) en la comisura de los labios y ojos lujuriosos. Y no pude evitar sentirme fuertemente atraído. Era más perfecta de lo que cualquier dibujo jamás podría... Aparté la flor y la pateé fuera de mi porche; entré a la casa apresuradamente, cerré con llave y puse las cortinas de las ventanas. Arrimé el sofacama de la sala bajo una pintura de la Virgen María que teníamos adornada con focos verdes. Recé tres Padres Nuestros antes de poder tranquilizarme.
Hubiera podido vivir pensando que el sacrificio de mi amigo no había sido en vano, pero esto no era un cuento de hadas. La mujer que lo abordó ni siquiera se había inmutado con su sacrificio, quizá ya hasta lo había olvidado.
Nunca más la volví a ver. Al día siguiente, la flor seguía ahí, pero estaba pisoteada y maltratada, deshecha por todos los desatendidos peatones que habían circulado toda la mañana por la banqueta. Yo la tomé y la quemé con mi encendedor, aunque pienso que estuvo de más: creo que bastó que la alejara de mi casa para que la mujer viera que no estaba interesado y se largara. Supongo que trataba inútilmente de destruirla a ella, pero supongo que no estaba atada a la existencia de esas flores o se habría terminado cuando la que mi amigo tenía se marchitó.
Finalmente, creo que esta historia, que parece completamente irreal, tiene una moraleja muy real. Lo que yo creo, lo que pienso de todo esto es... Está bien morir por amor. Más que bien, es grande, es el máximo sacrificio que alguien puede ofrecer.
Como sea, morir por amor y morir por una mujer (o un hombre) no necesariamente significan lo mismo. Morir por una mujer que no te ama podría llegar a ser lo más tonto que uno podría hacer. Él dio la vida por ella y esta mujer consumió a mi amigo sin ningún remordimiento porque era lo que ella hacía. No tenía un corazón que compartir con él, no tenía amor que dar. En el mejor de los casos, lo único que quería era recordar; en el peor de los casos, lo único que deseaba era verlo sufrir, torturarlo y consumir su vida para finalmente llevarlo a la locura y acarrearle a la muerte.
Así que si alguna vez encuentran una flor blanca frente a su puerta, parecida a un tulipán de aroma dulce y fresco, espero que recuerden mis palabras: NO HAY AMOR ENTRE VIVOS Y MUERTOS (ya sean demonios o fantasmas o cosa parecida). Los vivos pueden amar el recuerdo de los muertos así como los muertos aman el recuerdo de los vivos, sin importar lo que escuchen, sin importar lo que les haga creer. No busquen ayuda para que esto sea posible, pues siempre hay alguien dispuesto a ver como destruyen su propia vida. Lo mejor que pueden hacer por ustedes mismos es arrojarla lejos de su hogar tan pronto como puedan, antes de que comiencen a creer cosas que no son.
Y nunca olviden que el amor, invariablemente, es de dos. Si olvidan esto, les tocará sufrir.