Capítulo 1

84 6 1
                                    

8 MESES ANTES.

JILL.

¿Qué hora era? ¿Qué era todo ese bullicio ahí afuera?

Oh por Dios, era él.

Puso una almohada encima de su cabeza en un intento fallido por dejar de escuchar la fuerte música que provenía del pasillo. ¿Acaso nunca tendría derecho a despertar una mañana de sábado por sí sola? ¿Qué demonios?

Reprimió las ganas de gritar debajo de la almohada y se levantó sin una pizca de ganas, caminando torpemente con su cuerpo y su sistema un poco adormilados aún, recogió su cabello en un moño descuidado sujetándolo con el mismo, se dirigió al baño y tomó una ducha de cinco minutos para quitarse el sueño, se puso una sudadera, tomó su celular y sus audífonos preparándose para salir a correr como de costumbre.

Recordando el bullicio que la despertó no pudo evitar pensar en el responsable de todas sus desgracias: Matthew Blake. ¿Quién más podía ser? Simplemente no podía soportarlo. Lo odiaba, lo despreciaba, le fastidiaba verlo. Ni siquiera toleraba su presencia.

Desde que llegó a la academia desde hacía tres años, cuando ella estaba iniciando su segundo año, casi todos los viernes del mes en la noche, Blake se encargaba de hacer una fiesta en su habitación, invitando a un grupo exclusivo de la academia, y cómo no, ese grupo debía ser el de los populares, aunque de esos había bastantes.

Sin embargo, regularmente después de cierta hora, cuando el ambiente se ponía un poco aburrido la habitación se empezaba a llenar con toda clase de estudiantes, el grupo de no especiales, como ella, siempre estaban al pendiente para poder colarse en las fiestas del cretino.

Aunque eso no le había afectado realmente hasta hacía tres meses, cuando él se mudó al apartamento de al lado, casi una semana después de que las clases hubieran empezado. Nunca le habían importado sus estúpidas fiestas hasta que tuvo que pasar casi todos los viernes en vela por la música a todo volumen y el bullicio de la gente fuera en el pasillo.

Sus fiestas solían ser bastante concurridas así que para deshacerse del gentío indeseado, los sábados en la mañana ponía su equipo a todo volumen para ahuyentar a los despistados que se desmayaban por la borrachera en el piso de su apartamento y así salieran pitando por la migraña.

Aunque casi podía jurar que no solo lo hacía para despejar su apartamento. Algo le decía que ese acto rutinario tenía algo que ver con ella. Casi siempre se había encargado de fastidiarla.

Lo único que le aliviaba era que ya estaban a comienzos de octubre. Pronto iba a acabar el año y con ello llegarían las vacaciones de navidad y año nuevo. Tendría un poco más de un mes de descanso sin tener que verle la estúpida cara.

Mirándose al espejo pudo ver las gigantescas ojeras, que aparte de ser del tamaño de una pelota de golf, estaban alarmantemente oscuras. Decidió no taparlas porque igual el maquillaje saldría con el sudor y si se ponía gafas oscuras podría terminar en el suelo.

Cuando pasó frente al apartamento de él, fulminó la puerta como si lo tuviera frente a ella y atravesó el pasillo sorteando las latas de cerveza, algunos recipientes y los desechos de comida y basura esparcidos por todo el suelo.

Le indignaba su comportamiento despreocupado, ni siquiera se tomaba el trabajo de ocultar el hecho de ingresar alcohol a la academia. Estaba prohibido hacerlo y al parecer se las había arreglado para que los de seguridad que realizaban rondas en la noche hicieran como si no vieran nada y omitieran ese acto vandálico ante la administración.

Pero como no, el cretino nadaba en dinero y sus padres se encargaban de dar una buena cuota a la academia semestralmente. Dinero suficiente para encubrir todas sus cuestionables hazañas. Sabía que tenía comprado a las directivas, la verdad no le extrañaba, aunque aún no era un hecho totalmente confirmado.

Without Second ChancesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora