Capítulo 8.

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Una pared cubierta por fotos suyas con Carlos de cuando eran niños, de sus respectivos cumpleaños, de sus graduaciones, fotos que se tomaron en alguna convención. Habían fotos de Leonardo cuya existencia él desconocía, tomadas de espalda o desde lejos. Hasta una foto del funeral, supuso que se la tomó antes de hablar con él. También, para una desagradable sorpresa, fotos recientes; entrando en la universidad, con algunos compañeros done sus rostros estaban recortadas y otras más que le erizaba los vellos de todo el cuerpo. En cada esquina del mural tres velas negras ubicadas triangularmente, sus llamas danzaban en todas direcciones como si invocaran al perverso demonio guardián de la obsesión de Carlos. Leo enfundó y se acercó, inevitablemente atraído por las serpientes de humo que ascendían y los recuerdos del pasado adheridas a la pared. Divisó en un espacio entre dos fotos de la esquina izquierda, una línea curva en rojo, apagó las velas y las apartó, acto seguido, se sobresaltó al oír la voz de Miriam llamarlo desde el recibidor.

—¿Leonardo? ¿Estás con Carlos en el cuarto?

El corazón sobresaltado de Leonardo golpeaba con tanta fuerza que le dolía, sus piernas temblaban. Con voz temblorosa respondió con esfuerzo:

—Sí, pero ya no hace falta que traiga el agua, por favor descanse.

No esperaba que ella obedeciera pero lo hizo y sus latidos se apaciguaron, el alivio lo tumbó en la cama a un par de pasos suyos, logrando sentarse al filo de la misma, apoyándose con las manos para no caerse. Unos segundos le bastaron para recobrar el aliento y asegurarse de que la madre de su hermano no entrara para ver lo que podría estar bajo las fotografías. A continuación caminó hacia ellas inseguro, tomó las dos imágenes que ocultaban la línea rojiza y, sin siquiera intentar recordar el día en que tomaron esas fotos, las rasgó descubriendo lo que le pareció la punta de un pentagrama, fue desgarrando frenéticamente cada foto hasta desnudar la pared y descubrir algo que le aterró: cuatro pentagramas alrededor de las palabras «HERMANOS MÁS ALLÁ DE LA SANGRE» centradas. Cuando tocó la frase que sentenció su vida a una perpetua unión con León Taurel con la mano izquierda, varias visiones se sobrepusieron una sobre otra continuamente en su cabeza, confundiéndose con sus recuerdos, en ellos se distinguía a Carlos cortando sus venas con el mismo cuchillo con el que cobró las vidas de primogénitos inocentes y, con su mano manchada, escribir y dibujar lo que ahora había en la pared, hundiendo su mano derecha dentro de la herida cuando se hubiese secado, implorando el regreso de Leonardo entre aullidos de dolor emocional y físico. Al volver en sí, Leo se hallaba recostado de la pared, sentado en el suelo, sudando y gimoteando. No esperó más y puso marcha para buscar y encontrar a Carlos, tomando sus llaves de la mesita de noche al lado de la cama, pasando de largo al vaso de agua que le dejó la señora Miriam en la sala, siendo éste un mudo espectador de la expresión angustiada y aterrorizada de Leonardo, agitándose al sentir las vibraciones de un portazo en la entrada cargado de esos sentimientos que lo llevarían al final de su destino.

—Hola, señora Miriam. Soy Leonardo, el amigo Carlos, mire. —Logró escuchar Patricia de cuclillas en las escaleras hacia el primer piso y concluyó que este Leonardo estaba definitivamente relacionado con León Taurel. El pseudónimo del asesino era sólo un diminutivo del nombre original. Ese detalle lo hubiese pasado por alto si no hubiese encontrado a este chico debajo del puente. Sus palpitaciones no podían estar erradas. Él es el asesino de Orlando, pensó, tan convencida que apenas pudo contener el impulso de pegarle un tiro a Leonardo. Se dio un golpe con la palma de la mano en la frente como tenía por costumbre hacer cuando su ira no la dejaba pensar con claridad y se calmó un poco. Decidió esperar, pues no tenía sentido que un asesino fuera tan alegremente a la casa de un amigo luego de visitar la escena de su crimen al amanecer, cuando el sol apenas despedía los primeros rayos de luz.

Esperó lo que creyó un siglo entero, los latidos de su corazón enfurecido por la demora aclamaban la cabeza de Leonardo. Más de una vez estuvo a punto de hacerle caso, pero se daba la palmada en la cabeza para apaciguar las ganas de volarle los sesos a aquel individuo. Como policía, debía indagar antes de aprehender, a pesar de que tuviera la certeza de que ese era el culpable. Necesitaba pruebas y sin ellas no podía hacer nada. Eso le diría su antiguo compañero.

Al fin escuchó un portazo, y cuando pudo reaccionar, vio cómo Leonardo la dejaba atrás, bajando las escaleras a toda prisa. Ella grabó a fuego el rostro de ese hombre en su memoria antes de quedarse encerrada en el edificio y perderlo de vista.

Lo que hizo a continuación no le ayudó mucho: trató de preguntarle a la señora Miriam sobre quién era el chico que la visitó, pero ella ya no lo recordaba, no quedaba ni un solo vestigio en su mente sobre la visita de cualquier amigo de Carlos. Sin embargo, se aprovechó de la condición de la anciana y fingió ser la novia del tal Carlos. Miriam la hizo pasar muy alegre a la habitación de su hijo quien estaba durmiendo según sus palabras. Tal y como con Leo, la señora le ofreció un vaso de agua a su «nuera» sin advertir el que descansaba sobre la mesa de la sala. Patricia aceptó y entró en la habitación de Carlos.

Tres semanas después de ver la pared de la habitación de Carlos y las fotos regadas por todo el suelo, ella continuaba la investigación de León Taurel, quien continuó arrancando las vidas de las personas, seis en total, como si su ansiedad se hubiese salido de control, o como si retara a Leonardo a que lo encontrase, dejando siempre un mensaje para él que básicamente decían que lo encontrara en alguna parte del cuerpo de sus víctimas. Ahora, el departamento de Homicidios, gracias a la casualidad con la que se encontró la inspectora Patricia Castro durante el primer día de su búsqueda independiente, contaba con un gran número de pistas: fotos de Leonardo, de Carlos, de la señora Miriam quien se sometió a todo eso creyendo que era un proyecto universitario de su nuera, y todo lo que había en la habitación. Investigaron exhaustivamente las vidas de cada uno, los lugares que frecuentaban, los amigos que tenían, sus relaciones amorosas, todo su pasado se develó, en su mayoría, por los interrogatorios hechos a un desconsolado Steve, que lloraba en cada sesión de preguntas y por las noches lloraba aún más, pidiéndole perdón a su hermana, preguntándose qué error había cometido frente a una foto de Leonardo con él y Marta hace tantos años, cuando no había conocido todavía a Carlos, el monstruo que sumergió a su sobrino en un mundo completamente oscuro y desconocido para él, y que además se lo había arrancado de los brazos. Oraba, imploraba a un Dios que debía estar ocupado en otros asuntos más importantes, que Leonardo volviera a casa sano y salvo.

No supo nada de su sobrino hasta casi un mes después, cuando ya la policía —excepto Patricia Castro— se había rendido en encontrar a León Taurel, los hijos mayores de la ciudad temían por sus vidas —algunos mudándose con sus familias a otros estados o países— y la veinteava persona moría a manos del asesino serial. 

Hermanos Más Allá de la Sangre #BLAwards2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora