Su taxi se detuvo frente a la construcción donde le indicó Aída que se encontraba Carlos antes de salir, el panorama era el mismo que vio en la alucinación que tuvo en casa de la bruja: cinco edificios rodeados por montaña donde se veía en la falda de uno un árbol tan grande que se distinguía del resto, y, más arriba, una valla publicitaria anunciando la construcción de una nueva urbanización de ensueños sobre el nombre de la compañía constructora. Al bajar, observó que el cielo seguía igual, y era el mismo que en sus sueños limpiaba la sangre derramada sobre estas calles vacías con una lluvia piadosa. Encerró su mano izquierda en un puño y acaricio al anillo con el índice derecho; su cabeza estalló en una nueva visión: Carlos lo observaba con una sonrisa complacida desde el tercer piso del edificio erguido ante él.
Ya no tenía dudas, Carlos estaba esperándolo.
Leonardo desenfundó la Beretta para amartillarla echando la corredura hacia atrás en un furioso movimiento, adentrándose en el edificio.
Patricia se había detenido unos metros atrás, le pareció que el lugar donde se escondía León Taurel era el propicio para el final de un delincuente, no habría gente estorbando durante la confrontación que seguramente tendría contra Leonardo y Carlos ya que, al parecer, era el día libre de todos los obreros, pues no había ninguno en los alrededores y toda la maquinaria estaba inmóvil. Casi le parecía que el tiempo se había detenido en favor de su investigación y su venganza. Revisó que su arma principal estuviera cargada e hizo lo mismo con la secundaria, que guardaría en el tobillo derecho, bajo el pantalón. Bajó del auto y se puso en marcha, sin saber que el asesino de su antiguo compañero la esperaba impaciente y furioso por su intromisión.
Leonardo subía con sumo cuidado por las escaleras sin separarse de la pared, con el arma entre sus manos apuntando al piso, listo para apretar el gatillo si Carlos aparecía súbitamente, su corazón latía desenfrenado, Leo no distinguía si era nerviosismo o eran de nuevo los gimoteos incesantes de su sangre clamando a Carlos, sólo sabía que sus sienes palpitantes le provocaban un gran dolor. Llegó al tercer piso y enseguida levantó la Beretta, apuntó a todos los lados, pero no encontró a Carlos, no había más que columnas y muros que se unían al techo en aquel gran espacio que se le antojó un gran laberinto del que su hermano tenía completo conocimiento. Se sentía en desventaja y las venas de las sienes no dejaron de recordárselo hasta el final.
Escuchó un ininterrumpido tamborileo afuera del edificio, la lluvia comenzaba a caer tal como en sus sueños pasados. Todo acabaría pronto. Se acercó lentamente hacia la orilla del piso sin dejar de voltear para que Carlos, en caso de que decidiera aparecer, no lo tomara por sorpresa. Observó un auto que no estaba allí cuando llegó y supuso que su tío lo mandó a perseguir después de salir del cementerio. En cualquier caso, fuera quien fuese el dueño del auto, si se entrometía en sus asuntos, no estaría a salvo.
—¡Carlos! —gritó, y el eco que recorrió el piso menguó al sonido de la lluvia. Patricia lo escuchó y se apresuró en llegar al lugar de donde provenía el llamado, desenfundando su pistola y preparándose para enfrentar a León Taurel.
Ella llegó al segundo piso, que poco se diferenciaba del tercero, donde estaba Leonardo, corría hacia las escaleras que la llevarían a donde estaba este, pero sintió un fuerte golpe en la nuca que la obligó a arrodillarse. Era el asesino de su compañero el que la había golpeado, destellaba un brillo rojizo y mortal de sus ojos enfurecidos. Ella gateó un par de metros para tomar el arma que había saltado de sus manos durante el impacto y se volteó rápidamente para dispararle al bastardo de Taurel, pero no estaba ya en el mismo lugar. Se incorporó tan rápido como pudo, pero para ella el mundo movía de un lado a otro, aún así, miró a todos lados, sin encontrar nada. Se acercó a una de las paredes que hacía de entrada a un futuro apartamento, y se posó del otro lado, no encontró nada excepto una larga y profunda sombra. De allí, saltó Carlos como un monstruo hambriento, empujando y haciendo caer a Patricia. Él se arrodilló sobre sus caderas, empuñando en lo alto un afilado cuchillo que se enterraría por primera vez en un cuerpo humano. Ella apunto a su entrecejo con el arma —que milagrosamente no se le cayó cuando él se le lanzó encima— y disparó. Carlos logró esquivar el impacto en su frente, pero un pedazo la hélice de su oreja izquierda fue arrancada junto unos mechones de pelo. Acto seguido, Carlos salió a esconderse como si fuera un perro pateado.
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Hermanos Más Allá de la Sangre #BLAwards2017
Mistério / SuspenseHistoria protegida por SafeCreative bajo el código: 1406111214692.