El libro que lo empezó todo era de Robert. Un libro era una extraña colección de hojas de algo llamado papel, muy común en la época pre-orbital, cosidas o pegadas y que contenían mensajes escritos según los diferentes códigos que los humanos de antes del cataclismo habían utilizado para comunicarse entre sí. El libro de Robert era antiguo, de 1947 en el cómputo primitivo del tiempo. Tenía tapas rígidas y rugosas de color gris y su nombre junto al título del libro: 'Slightly out of Focus'. En su interior, frágiles láminas de papel, amarilleadas por el tiempo, contaban la vida de Robert escrita por él mismo y mostraban su trabajo fotográfico, el más espectacular de su época y, acaso, el mejor de toda la historia de la humanidad.
Eran fotografías sencillas muchas veces, sin ningún toque de color, que mostraban a humanos en situaciones de enorme emotividad, crudeza, tensión, miedo o ansiedad. Por su trabajo había estado presente en muchas guerras que el ser humano había librado entre sí, algo absolutamente aberrante para cualquier HDH. Al principio, la chica sufrió una especie de ataque de pánico cuando comprobó que en La Fuente abundaban las referencias a guerras y conflictos sangrientos acometidos por los hombres entre ellos a lo largo de siglos y siglos... Robert había sido el valedor de muchas de aquellas contiendas del siglo XX, el más sangriento y cruel de todos hasta que se produjo el fatal Holocausto final de 2323.
Ella sólo tenía once años, pero Robert se convirtió en su única finalidad. Lo buscó en bases de datos, rastreó su existencia en aquel mundo que era tan lejano y llegó a conocerlo como ningún HDH anterior había hecho con un hombre de la Tierra. A los trece años ya lo consideraba un viejo amigo, a los quince ya sabía que lo que anidaba en su pecho era amor. A los diecinueve había dado el último paso: ganar el Merylbone y elegir lugar y fecha para reunirse con él.
Sabía perfectamente qué día quería aparecer en su vida. Acaso el más duro, el más difícil de soportar para él. Y sería ella quien le ayudara a asumir el dolor, las magulladuras de la noticia más devastadora que el hombre recibiría jamás. La chica sabía que estaría en China, que estaría tranquilo, que aunque inquieto por la suerte de la mujer más importante de su vida, la había dejado España sabiendo que ella era prudente y sabría lidiar con aquella contienda. Estaba confiado, estaba entusiasmado por todos los proyectos que le encomendaban, disfrutando de esa nueva identidad que había adoptado para dejar de ser el pobre muerto de hambre que se había llamado André y que no era sino otro húngaro errante sin mucha suerte en la vida.
China. Julio de 1937. Allí iba a estar él. Aún con el alma intacta. Aún con todas sus esperanzas inmaculadas. Aún atado a un extremo de la cuerda de otra persona. Aún ligeramente inocente pese a todo lo que sus ojos ya habían visto.
La chica miró a la comandante de la Sala de la Inmortalidad con aire apagado. Sabía que debía esconder su enorme ansiedad detrás de su piel diáfana como el cristal y sus enormes ojos violetas. La comandante le indicó que tomara posición en el centro de la sala y, a continuación, le pidió coordenadas temporales y geográficas, mientras le explicaba los procedimientos básicos de seguridad que debía llevar a cabo para no sufrir un mal reajuste de partículas al final del viaje a través del tiempo y el espacio.
Le recordó el honor que estaba a punto de disfrutar y le rogó que no se demorara más de las doce horas que tenía establecidas. No se olvidó tampoco de señalar que tenía terminantemente prohibido relacionarse con humanos y que, tras su regreso a la Queensey, sería interrogada para que los datos aportados gracias a su visita pasaran a engrosar los números de La Fuente del Conocimiento Ancestral.
La chica asintió a todo cuanto oía de la encargada de sala, mientras los operarios de la tecnología que hacían posible el salto temporal ajustaban coordenadas y mantenían sus ojos clavados en monitores con intrincados algoritmos fijados en ellos.
Cuando la comandante dio la orden de lanzamiento, la chica cerró fuertemente los ojos. Se ajustó la chaqueta de su traje y dibujó una tímida sonrisa en sus pálidos labios, que pasó inadvertida para todos en la Sala de Inmortalidad, pero que se quedó flotando como una estela encantada cuando la ecuación de transferencia fue introducida en el súper computador temporal y ella fue enviada a reunirse con su destino: China. 1937.

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El propósito (COMPLETA)
Short StoryCuando se tiene un propósito en la vida, cuando se vive para él, cuando se respira y se siente para él, es cuestión de tiempo llegar a conseguirlo. Incluso si tu propósito es conocer al amor de tu vida y ese amor lleva muerto casi cuatrocientos años...