El corazón le respondía de un modo extraño.
Si hubiera estado a bordo de la nave le hubiera resultado realmente difícil ocultar su agitación al resto de los HDH de su alrededor. Afortunadamente no estaba en la Queensey, sino en medio de la selva del noroeste chino, junto al hombre al que llevaba años esperando conocer.
El viaje temporal había sido fácil pese a las advertencias de la comandante en la Sala de la Inmortalidad. Se había recuperado en apenas unos segundos y no había rastro de mareos o desorientación. Enseguida lo vio, además, y eso contribuyó a que su restablecimiento fuera casi instantáneo. Sin efectos secundarios.
Robert la miraba con curiosidad, como preguntándose de dónde salía una criatura semejante o qué quería de él. La chica sintió de pronto que había alcanzado su propósito, que se hallaba en el lugar que siempre había deseado habitar, a su lado, casi al alcance de su mano. Y tan pronto como este hecho se hizo insoportablemente real, empezó a temblar de miedo.
Apenas se había percatado de algo más que de la presencia de Robert. Apenas había sido consciente de que pisaba tierra por primera y única vez en su vida, que estaba en el mundo de los hombres anteriores, ese que llevaba estudiando casi una década desde la distancia temporal y espacial que un cataclismo había interpuesto siglos atrás. Casi no había percibido que a su alrededor había plantas, y discurría un río, y se oían los sonidos de una naturaleza extinguida en su época.
Era todo secundario salvo los ojos oscuros de Robert, los que había visto miles de veces en las fotografías que habían sobrevivido al holocausto. Esos ojos gitanos que le habían robado el alma a los once años y en los que siempre centró su amor por él. En las fotos, Robert no tenía los matices que descubrió cuando le vio agachado junto al río, metiendo la cabeza en las aguas para refrescarse, ni cuando se giró y la descubrió bajo la sombra del platanero. En las fotos, Robert no se movía ni tenía color, su risa y sus ojos eran indefinidos. Con el milagro de la vida insuflado en él, Robert era aún más asombroso. No muy alto, atlético, nervudo, de mirada inteligente... y esa sonrisa que desarmaba. Porque él la estaba sonriendo. Pasó de la mirada interrogativa de su semblante a una amplia sonrisa de bienvenida y ella sintió que estaba justo donde debía estar.
Él extendió su mano y ella dio un paso hacia él. La chica, confiada, sabía que debía acudir a su lado. Si el propósito era él, debía estar con él. Se había preguntado durante años sobre la reacción de Robert al verla, y siempre había confiado en que él, de un modo u otro, la reconocería o, al menos, la aceptaría.
Ella se acercó al hombre con confianza. Él la recibió con la misma sonrisa pintada en sus labios. Se tomaron de la mano y se quedaron uno frente al otro. Eran de la misma estatura y los ojos les quedaban enfrente. Tras un instante de silencio, él le retiró un mechón de pelo níveo de su cara de cristal y comenzó a moverse en dirección al pueblo, llevándosela con él. No quisieron hablar para no romper el hechizo y durante dos horas caminaron en silencio, unidos de la mano, con una extraña alegría danzando en sus corazones.

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El propósito (COMPLETA)
Short StoryCuando se tiene un propósito en la vida, cuando se vive para él, cuando se respira y se siente para él, es cuestión de tiempo llegar a conseguirlo. Incluso si tu propósito es conocer al amor de tu vida y ese amor lleva muerto casi cuatrocientos años...