La chica sintió el beso como una laceración, como si estuviera siendo diseccionada, cortada por la mitad con un afilado cuchillo. Se sintió vulnerable e ingrávida y, por un momento, le faltó aire en los pulmones. Ella, que jamás había tocado a nadie hasta que Robert la tomó de la mano, de pronto estaba intercambiando algo tan profundo como un beso con otro ser humano. Lo impensable en el mundo del que ella procedía.
Pero el momento de temor e inseguridad pasó en apenas un instante, y al poco se aferraba al cuello de Robert, mientras él la apretaba por las caderas y la besaba con más ganas, con más deseo cuanto más se sumergía en ella.
Se separaron y se miraron a los ojos, absortos el uno en la luz emanada por el otro. El pulso de la muchacha estaba acelerado, las pupilas dilatadas, perdidas en sus iris violeta, y su cabeza, que había racionalizado el encuentro en términos absolutamente platónicos, fue cediendo el mando a un corazón que quería entregarse sin consideraciones, sabiendo que en unas horas no tendría a Robert más a su lado y que lo perdería para siempre entre las brumas del tiempo, entregado a la historia por toda la eternidad.
Robert miró a su alrededor y localizó los vehículos de la expedición al lado de dos chozas, en los aledaños del claro donde se encontraban, e intuyó que esos eran sus alojamientos. La tomó de la mano de nuevo y la llevó hasta la entrada de una de ellas, donde se observaba una hilera de camastros. La introdujo dentro y cerró la puerta. La soledad de la habitación oscura acentuó la intimidad con el hombre hasta el punto de sentirse una extraña en su propio cuerpo.
Sentía cosas, muchas cosas, muchas más que en todos sus años en la Queensey. A sus habituales sentimientos de amor profundo hacia ese hombre, impaciencia por reunirse con él, curiosidad y deseo de superarse y ser la mejor, se unían extrañas sensaciones físicas y emocionales que la desconcertaban de un modo perturbador. Sentía deseos de tocar, de ser tocada. Quería ser suya, verse reflejada en su cuerpo, amarlo con toda su anatomía y toda su capacidad de deseo.
Robert comenzó a besarla de nuevo y esta vez ella respondió con la misma avidez desde el principio. Fueron descubriéndose en cada beso, exponiéndose en cada caricia y, cuando él comenzó a desvestirla, ella imitó sus movimientos para despojar a Robert de sus ropas.
La unión total la elevó hasta donde nunca creyó que pudiera ser posible. "Hemos erradicado el dolor y la guerra, pero hemos matado al amor en el camino", pensó con pesar mientras él la penetraba y ella descubría aun un nuevo modo de manifestar su humanidad dormida: las lágrimas. Lloró por lo que los hombres habían perdido y por lo que sus iguales nunca disfrutarían. Lloró por lo que estaba pasándole, por lo que ya nunca iba a pasarle cuando se despidiera de Robert. Lloró por la parte de él que también moriría esa noche y por el hombre sin rumbo en el que iba a convertirse. Un genio, sí, pero el ser más solitario sobre la faz de la tierra.
Y cuando el mundo se volvió de colores y la choza fue el palacio más bello del mundo, ella pensó en huir de su destino, en engañarse a sí misma y pensar en quedarse con él, para siempre, cambiar la historia y ser su compañera. Y pese a que el pensamiento apenas duró un segundo, supo que eso era lo que realmente deseaba.
Horas después ambos yacían en un estrecho camastro de la habitación. El sol no tardaría en salir y ella contaba los minutos que aún le quedaban. Permanecían abrazados y desnudos, y él le acariciaba todo el cuerpo en silencio. La chica se colocó frente a él, alzando sus manos sobre la cara de Robert y dándole un beso. "El penúltimo", se dijo. Había llegado el momento de hacer lo que había venido a hacer. Si de alguien iba a escuchar la noticia, la verdad, era de esos labios que habían sido suyos toda la noche.
–Gerda ha muerto.
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El propósito (COMPLETA)
Historia CortaCuando se tiene un propósito en la vida, cuando se vive para él, cuando se respira y se siente para él, es cuestión de tiempo llegar a conseguirlo. Incluso si tu propósito es conocer al amor de tu vida y ese amor lleva muerto casi cuatrocientos años...