6. Un acontecimiento pasado

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Volví a sumergirme en la oscuridad. Me gustaba estar sola, no sentirme sola. Era como si me hubieran abandonado a mi suerte ante un sitio desconocido, encontrándome cara a cara con la oscuridad y sin nada con lo que pudiera defenderme de ella.

De repente, vi que había un halo de luz en una parte próxima a mí hasta que descubrí de donde provenía. El colgante empezó a brillar para guiarme en medio de las sombras. Poco a poco, todo se fue haciendo más claro, y, cuando me encontraba en medio de una vida pasada, se apagó.

Me encontraba en medio de una calle abandonada. Las pocas personas que había, llevaban ropas extrañas y trajes conjuntados. Los hombres iban con sombrero y una pluma, además de que el traje les tapaba el cuello. Algunas mujeres vestían prendas elegantes incluyendo los accesorios, mientras que otras, iban con ropas más sencillas. El negro y el violeta era considerados colores que se relacionaban con la nobleza y riqueza, así que las mujeres pobres no podían tenerlo.

Las casas eran de madera y bajas a mi parecer. Había mucho campo a alrededor. Los agricultores preparaban sus productos para venderlos. Se podía percibir un extraño olor en las calles que no era, precisamente, agradable. En algunas casas, se podía ver a mujeres expulsando la ropa para intentar limpiarla, pero se notaban que seguían estando sucias. En otras, la gente trabajaba en su escritorio. La mayoría de las personas paseaban, aunque había unos que estaban mirando un pergamino y otro estaba escribiendo.

La curiosidad me mataba. Parecía que hablaban un lenguaje extranjero y estaban muy concentrados en algo. Me acerqué a ellos. A medida que me aproximaba, pude oír la conversación. Me daban la espalda.

—Los poemas los tenemos todos —dijo con un acento inglés bien marcado. El que miraba el pergamino. Los otros dos asintieron.

—¿Cómo va el texto? ¿Está la obra acabada? —preguntó el del medio con el mismo acento. se les veía estresados.

—Casi. Solo queda decidir el desenlace —el que escribía miró a los demás mientras hablaba con un acento más cerrado que los demás. Estaba satisfecho.

De golpe, dejaron de hablar y se percataron de mi presencia. Se giraron uno por uno. Todos llevaban ropas extrañas.

El que está escribiendo me resultó familiar, pero no lograba acordarme de qué. Lo había visto en alguna parte. Sin embargo, era la primera vez que lo veía en persona. Un recuerdo fugaz vino a mi mente. Había una foto de él en los libros de historia. El más conocido dramaturgo, poeta, y escritor universal que había vivido en Inglaterra. Shakespeare. William Shakespeare.

Me quedé de piedra. Me estaban hablando, pero con lo paralizada que estaba en ese momento, no los oía. Empezaban a estar preocupados. ¿Cómo podía ser que de todas las épocas que existen, coincidiera con él? No creía en la casualidad.

Poco a poco volví en mí.

—¿Podemos ayudarle en algo, señorita? —preguntó Shakespeare con curiosidad. Los demás me observaban con interés.

—¿Está bien? —Añadió el del medio. Sus ojos reflejaban preocupación.

Iba todo vestido de azul y hacía juego con sus ojos. No podía verle el pelo porque lo tapaba su gorra con la pluma blanca. Los otros dos llevaban la misma clase de ropa que el de los ojos azules, pero Shakespeare iba con ropas más típicas de otoño, y el otro, con colores verdosos.

—Sí, señor. Me gustaría saber que está escribiendo —comenté con curiosidad—. Me encantan las artes —proseguí sonriendo. Intercambiaron una mirada llena de curiosidad, sorpresa, y precaución.

—Ah —sonreía el de los ojos azules—. No hay muchas mujeres que les guste las artes, ¿sabes? —sus ojos se clavaron en mí. Sentí un pálpito.

Los sueños de Alaya✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora