3. Desvanecido.

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Amada mía;
ya que usted insiste en el ayer
voy a recordarle esto otra vez,
para que pueda entender
que los dos nacimos siendo infiel.

Nuestros cuerpos yacían inertes,
vagando en lechos indecentes.
Sentíamos caricias imprudentes
proviniendo de manos decadentes.
Cómplice de amores,
sin razones convincentes.

El viento entonces nos llevó lejos
hacia lugares inhóspitos como el desierto.
Y ahí te conocí,
tan sutil como el aire de abril,
abrazando mis pulmones con tu aliento,
volviéndote indispensable en un solo momento.

La luna fue testigo
de cada uno de tus gritos.
Lo que sentiste con mi voz en tu oído,
de cómo te amarré cuando lo hicimos.
Por las madrugadas te besaba
creyendo que si el sol te tocaba,
desaparecerías de mi cama.

¡Y supiste callar!
Aun cuando lo nuestro nunca fue de fiar.
¡Supiste mentir!
Aún así cuando te escuché gemir.
Y sin ser suficiente,
te marchaste diciendo que era un demente.

MargaritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora