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Fue aquella noche cuando las cosas comenzaron a cambiar. Escuché las sirenas de un carro policial, las luces rojas me alertaron, y entre las cortinas pude verlo: Afirmado de la barandilla, cabeza baja, cabello rubio cubriendo sus ojos agotados, mientras los oficiales entraban a su casa... Parecía desesperanzado.

Momentos antes había escuchado los golpeteos, los gritos roncos de los oficiales, y, posteriormente, el hombre era sacado a la fuerza. Sus pasos torpes, y los golpes al aire que intentaba dar, daban cuenta del notorio estado de ebriedad en que se encontraba.

Suspiré, volviendo la mirada al chico de cabello rubio. Su pelo estaba desordenado y el sudor le pegaba algunos mechones contra la frente.

El lápiz en mi mano cayó estrepitosamente, atrayéndome a la realidad.

Las letras y notas musicales, sobre el cuaderno en el escritorio, danzaban con la luz de la pequeña lámpara que comenzaba a parpadear; cada vez que sucedía, me recordaba el haberme dicho miles de veces que la mandaría a arreglar, pero allí estaba una vez más, haciéndome esa promesa, que sabía que no cumpliría, sino, hasta que la luz por fin se apagara y ya no tendría más remedio.

Las luces se volvieron más fuertes, iluminando cada rincón del cuarto de un peligroso color rojo. La mayoría de los oficiales se habían marchado. Aún podía escuchar los cuchicheos de un grupo de personas chismosas, que comenzaban a asomarse por los balcones del complejo de antiguos departamentos.

La mujer se sostenía contra la puerta, por la que los oficiales habían entrado. El chico de pelo negro azabache estaba abrazado a su cintura, ocultando su rostro en su cuello, su espalda dejaba ver pequeños espasmos del llanto que se le escapaba.

El tick tack del reloj a mi derecha me hizo volver la vista a mi habitación, pero pronto me encontré mirando al rubio entre las cortinas de mi ventana. Sus manos apretaban su cabeza, incluso podía escuchar su desesperación gritarle en el interior con aquel gesto. Eran raras las ocasiones en que su lenguaje corporal podía ser leído, y eso sólo me confirmaba que ahora sí era en serio. 

Quería ayudarlo, pero nunca me había atrevido ni si quiera a hablarle.

Minutos más tarde, todo parecía como si sólo de un sueño se hubiese tratado. Los murmullos cesaron, en el momento en que el carro policial se marchó, con el hombre abordo de él, y la mujer, junto a su hijo, entraban al departamento ocultando las lágrimas del público morboso. El rubio seguía en el mismo lugar, misma posición, misma mirada, pero con el rostro serio, sin expresión alguna. Volvía a ser tan difícil leerlo.

Desde pequeño, Chan, mi vecino del departamento de enfrente, había sido un chico callado. Rara vez lo veía fuera de su casa, pero cuando lo hacía, siempre estaba en una esquina, solitario, jugando consigo mismo. Quizás ni si quiera jugaba, muchas veces, miraba la nada, juzgando al mundo por darle esa horrible vida y envidiando al resto.

Nunca lo vi sonreír, apenas había escuchado su voz infantil un par de veces. Pero, siempre me pareció un hombre en cuerpo de niño. Siempre más maduro que los demás niños, siempre intimidándome, sin que lo supiera. Pero esa aura misteriosa, en vez de alejarme, me atrajo. Lo observaba en silencio, con timidez de acercárme. Varias veces me respondió los pensamientos, con esa mirada fría que poseía, como si pudiera leer cada una de las frases que le dedicaba en silencio. 

Yo era un libro abierto, Chan era un completo secreto.

Lo único que sabía de él, era de lo que pudo enterarme por su madre. Al contrario del chico, la señora Bang, era un amor de persona. Una mujer muy cálida y amorosa, siempre con una sonrisa en su rostro cansado. Sólo vivían los tres en casa: Ella, quién se había hecho cargo de Chan sola, debido a que su pareja los dejó estando ella de sólo tres meses de embarazo, por lo que Chan nunca conoció a su padre, y ella no quería mencionárcelo; por otro lado estaba Jeongin, medio hermano de Chan. Nació producto de la segunda pareja de la mujer, pero aquello tampoco resultó bien, ni lo seguía haciendo luego de tantas oportunidades que le había dado. La situación de ahora, era sólo una de las muchas por las que ya habían pasado, pero algo era diferente aquella vez. 

Esa noche me encontré con la vista prendada en el muchacho afirmado de la barandilla, y, otra vez más, sentí que me leía desde la distancia. Nuestras miradas se toparon entre las cortinas transparentes que cubrían la ventana de mi cuarto, y pude sentir sus ojos sobre mi rostro, momento antes de que una sonrisa torcida se dibujase en sus labios.

¿Qué significaba aquello? ¿En qué pensaba? Me sentí perdido en esa expresión misteriosa y cautivante.

Siempre supe que nunca tendría una oportunidad con el chico solitario, pero allí estaba, otra vez, preocupado por su vida, preocupado por él, como siempre lo estuve por años.

Así comenzó esta historia. Si hubiera sabido en lo que terminaba, ¿hubiera tomado las mismas decisiones?

Probablemente...



Hopeless ▶ Woochan (Stray Kids)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora