La niña

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Alexander desapareció por un mes.

Un mes en el que nadie en el Cielo supo de el. Los primeros días de su ausencia muchos de sus hermanos pensaron que había muerto, una cacería desastrosa que había salido mal. Hasta que regreso. Mal herido y huraño, pero vivo. Cuando le preguntaron que le había pasado, el dijo que no lo recordaba. Los ángeles aceptaron la respuesta y le agradecieron a su Padre el milagro, su hermano había vuelto con ellos.

Ningún ángel sospecho que el arcángel que regreso había cambiado.

Nadie podría haberlo imaginado. Los sentimientos humanos eran algo demasiado complejo para ellos.

***

Alexander se quebró abriendo sus párpados que estaban demasiado pesados, demasiado llameantes, y entorno los ojos contra la luz de la luna parpadeante que se filtraba entre las hojas de los arboles.

Yacía bajo el cobijo de un sauce llorón, cuyas largas ramas lo resguardaban de las miradas curiosas. A varios metros estaba el arroyo donde se había desplomado. Donde había visto a la niña de ojos violetas...

El se paro erguido, buscando en la oscuridad sus armas. La niña. ¿Dónde estaba?

-Relájate- hablo una desconocida voz femenina desde detrás de las ramas delgadas que colgaban hasta el suelo.

El dolor estalló en su costado, una retrasada respuesta hacia su repentino movimiento, y miró entre los blancos vendajes que ahora picaban contra sus dedos y a la niña, que aparto las ramas y se acerco.

-Abrirás las heridas- dijo ella, reflejando una curiosa cautela en sus ojos violetas- Las limpie y vende... use algunas plantas para acelerar la curación. Aunque tienes veneno en la sangre. No se que clase se ponzoña es, así que no pude darte nada, por ello la fiebre no baja. ¿Qué te ha herido?

Alexander se quedo en blanco, impávido. La niña... ¿Lo había curado?

La pequeña se arrodillo a su lado, sin tomar ninguna precaución para protegerse de cualquier movimiento inesperado que el pudiera hacer y le ofreció un cuenco con agua.

El hombro de Alec dio un latido de dolor que lo hizo morder su labio para ahogar un siseo.

-¿Qué te ha herido?- pregunto la niña- ¿También eres un samurai?

¿Un que?

Ella debió ver confusión en su rostro, porque agrego:

-Un guerrero- esclareció- No eres de aquí ¿cierto? Tus ojos de agua son poco comunes aquí. Solo mi madre los tiene así, aunque lo de ella son del color de los cielos, los tuyos parecer un océano embravecido.

Alec parpadeo aturdido. Había perdido mucha sangre. Y contemplar el rostro infantil que se inclinaba sobre el, le hizo preguntarse si seria real. Podía tratar se de un sueño, o alguna alucinación de un moribundo.

Ella ladeo la cabeza como un pajarito. Luego soltó un suspiro y se incorporó de un salto.

-Debo irme- anuncio- Necesitas descanso. Aquí estarás seguro- Señalo con un gesto un costado de el- Recogí un poco de fruta para que comas, y llene la vasija con agua del arroyo. Si el dolor regresa toma la infusión del frasco. Sabe horrible, pero te ayudara. Volveré mañana.

Sacudió la tierra de sus ropas, y luego cubrió su rostro con un velo, que habían mantenido recogido sobre su coronilla. Le dio la espalda y desapareció entre los arboles sin mirar atrás.

El ángel se quedó tumbado, debatiéndose si todo había sido real o una alucinación muy bien elaborada por sus subconsciente. Es decir, la niña. La niña que todo el Cielo había buscado por toda la Tierra durante una década... y él simplemente se topo con ella. Y ella lo curo. ¡Lo curo! No solo eso, le salvo la vida.

El Ángel y la Princesa del Infierno de Rosas (Alexander Lightwood)Where stories live. Discover now