Aceptado

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Magnus como muy poca veces en su vida, había tenido la razón. Los entrenamientos de para los ángeles mayores eran aún más pesados de lo acostumbrado, por no decir brutales.

Alec lo tuvo más que claro cuando prácticamente tuvo que arrastrarse hasta la torre de plata donde vivían los ángeles mayores, sus alas lo mantenían en vuelo con dificultad y, en el camino, estuvo a punto de perder el equilibrio más veces de las que debiera. Era como si su armadura pesara una tonelada y amenazara con reducirle los huesos a astillas. Le zumbaban los oídos y su mente era incapaz de formular ningún pensamiento coherente más allá del insufrible dolor que le martillaba el costado izquierdo. Batir sus alas parecía suponerle un esfuerzo sobrehumano. Rezo a su Padre por no desplomarse en pleno vuelo.

Su padre pareció escucharlo cuando aterrizo sobre la calle empedrada, justo a la entrada de su torre. Más que una torre era una mansión gigante, con espacio suficiente para todos los ángeles mayores. Alec había tenido que mudarse ahí cuando subió de rango. No fue un gran cambio, pues las instalaciones eran iguales a las torres de mármol designadas a los ángeles rasos. Pero a lo que más le costó adaptarse fue a la atención que recibía por su puesto. Solo existían cuarenta ángeles mayores, y como era más común verlos a ellos que a los arcángeles, los demás ángeles con menor posición los trataban con absoluta devoción.

Magnus se había regocijado con la atención, Alec no. Le parecía absurdo que sus hermanos con quienes había entrenado y convivido por varios años, ahora al verlo le hicieran una reverencia y le hablaran de "usted" y "señor".

El azabache empujo la puerta y entro, caminando lo más recto pasible por el pasillo blanco cuando Magnus apareció de la nada y le sujeto de los codos ante la amenaza de trastabillar y acabar en el piso.

-¿Qué tal tu día hermanito?- pregunto el, los ojos ámbar brillantes de burla- ¿No ha sido vigorizante?

-Cállate- gruño Alec.

Magnus rio.

-Déjame ayudarte.- dijo, cargando gran parte de su peso.

-Gracias- murmuró Alec - ¿Cómo es que tu estas tan fresco? Creí que también tendrías entrenamiento.

-Bueno, veras hermanito. Al parecer Gabriel no es tan cuadro como Lucifer, sus métodos de enseñando son poco ortodoxos. Además él no toma los entrenamientos tan enserio, al final de cuentas durante los últimos siglos ha reinado la paz gracias a nuestro a Padre, y al igual que yo duda que eso cambie.

Alec negó con el cabeza, apesadumbrado. Volvía a sudar raudales y el dolor en el costado se había intensificado. Como deseaba su cama en ese momentos.

-¿Y cómo te ha ido con tus hermanos de campaña?-pregunto Magnus con una sonrisa irónica- ¿Han limado ya las asperezas?

Alec gruño por lo bajo. Sin demasiadas ganas de contarle a Magnus esa parte de sus días.

En su primer día de entrenamiento, esperaba encontrarse con su hermano Lucifer, sin embargo cuando llego al cuartel de entrenamiento solo se encontró con tres ángeles que solo había visto a la distancia en dos ocasiones de su vida: Semyazza, Belial y Asmodeo. Sus hermanos de campaña y la elite de Lucifer.

Semyazza y Belial compartían muchos rasgos entre sí. Ellos tenían el pelo claro y ojos azules, y un tono sonrosado que ruborizaba su piel dorada. Semyazza mostraba una actitud relajada, casi desgarbada y una sonrisa perezosa. Belial por el contrario era serio, una presencia silenciosa que veía y oía todo, sin más emociones que la indiferencia que siempre reflejaba su rostro. Asmodeo por su parte no tenía pelo, pero no por ello era menos atractivo que sus hermanos. Sus ojos eran de un color avellana, y su piel bronceada. Posea una sonrisa sarcástica, casi burlona, pero para Alexander ese arco de sus labios ocultaba algo más que le era imposible nombrar.

El Ángel y la Princesa del Infierno de Rosas (Alexander Lightwood)Where stories live. Discover now