El cielo estaba encapotado y el día era completamente frío y gris. El viento que azotaba su cabello lo hacía con más fuerza, mientras unos relámpagos iluminaban el oscuro cielo, anunciando la inminente lluvia.
Una gota, dos, tres... rápidamente se mojó el suelo, empapándole también su cuerpo y calando su ropa. No llevaba paraguas, más no le importaba caminar bajo la fuerte lluvia que caía cómo sin piedad se tratase, cómo si el clima estuviera justamente cómo se encontraba ella.
Caminaba sin un rumbo fijo, con sus ojos sin enfocar claramente el lugar por dónde iba pasando, mientras pisaba sin darle importancia los charcos que ya se habían formado. Le pesaba todo su cuerpo, le dolía, no debía haber salido, pero quedarse encerrada en esas cuatro paredes era lo peor que podía hacer.
Oía cómo los claxon de los autos le advertían de su presencia y de los semáforos en rojo, pero seguía su camino sin prestar atención a cualquier sonido o imagen.
Le estaba empezando a costar respirar, sintiendo un dolor invadir su cuerpo. Cayó derrotada de rodillas, manchando su ya mojada ropa. Puso una de sus manos en el suelo, para no golpearse las rodillas más de lo que lo hizo, mientras la otra agarraba su camiseta, apretando fuerte el puño, cómo si así pudiera calmarse.
Las lágrimas que salían con gran dolor de sus ojos se mezclaban en sus mejillas con la fría agua de la lluvia. Su cuerpo temblaba de frío y sus labios se empezaron a tornar de un leve color morado.
Levantó su rostro, hacia las gigantescas y oscuras nubes, con dificultad de abrir bien sus ojos debido a la lluvia. ¿Por qué en tan poco tiempo su vida cambió? ¿Por qué tenía que sufrir de esa manera si apenas unos meses era feliz?
Pasó demasiado rápido, tanto cómo un huracán que arrasa todo a su paso, dejando su horrible rastro y huella, pero sin dejar nada de lo que había antes. Esperaba que ese pequeño rayo de luz y esperanza se colora entre las nubes, despejando el cielo y trayendo la calma, pero la tempestad nunca cesó.
Siguió llorando, desconsolada, mientras la poca gente que pasaba por la calle pasaba al lado de ella sin percatarse de su dolor, sin preguntarle si se encontraba bien, sin preocuparse por ella. Hizo una mueca de disgusto en medio de sus sollozos. ¿Quién podría preocuparse por ella? ¿Es que acaso le importaba a alguien? Ahora, estaba sola.
Corría y corría sin parar, sin saber dónde dirigirse. El oscuro cielo descargó toda su ira en forma de lluvia, empapándole completamente. Estaba tan desesperado que, al cruzar las calles, esquivaba los autos de milagro.
Había buscado en infinidad de lugares, pero en ninguno la encontraba. Debía hacerlo lo más pronto posible, si él estaba dolido, ella estaría más aún.
Con el suelo mojado y resbaladizo, terminó por caer, llenándose la cara y ropa de barro. Se restregó la manga de su chaqueta contra su rostro, para quitarse de mala gana los restos de agua y barro, levantándose rápidamente y echando a correr con desesperación.