Capitulo Uno: Derramando Sangre Propia.

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El sonido de un disparo perforó el frío aire nocturno. El hombre vestido de negro clavó su mirada oscura como la muerte en el humo que bailaba al final del cañón, alzando las cejas, ligeramente intrigado por las formas abstractas que emergían del agujero por el cual había salido el proyectil. Bajó su brazo y guardó el arma en el bolsillo de su abrigo, perdiendo así la perspectiva del humo, y fijó sus ojos en el cuerpo que había caído abatido por su puntería, unos metros más allá, en medio del frío asfalto brillante de condensación.

La examinó atentamente, con suma curiosidad, intentando reprimir el impulso de acercarse a observarla con más detalle y atención. Se le hacía monótona la manera en la que mato a aquella mujer. Aunque no es que importara mucho aquello solamente le provocaba un cierto nivel de curiosidad macabra. Morbosidad.

—Qué poco estilo. —dijo para sí mismo, extendiendo por sus labios una sonrisa casi nostálgica —Para haber sido una tipa tan dura, debería haber durado un poco más.

La sangre se había extendido rápidamente alrededor del cuerpo de su víctima. La bala había atravesado su cabeza completamente, pues había sido más que nada casi un tiro a quemarropa. No los separaban más de cinco metros, y el proyectil había ido a dar Dios sabe dónde. Las ropas de la occisa se habían oscurecido aún más debido a la sangre, que por el frío ya comenzaba a coagular a su alrededor.

Ella ya estaba muerta. No quedaba ni un solo ápice de vida en aquélla muñeca inerte tirada en el suelo, completamente inanimada. No quedaba un centímetro cúbico de aire contenido en los pulmones de aquélla mujer, y aún así, el no podía simplemente marcharse. Algo lo tenía estancado, clavado al asfalto sucio de aquél callejón neoyorquino. Como si le faltara algo por hacer, algo que ver, algo que oír.

La sensación lo ponía entre nervioso y fastidiado.

La tenue luz de las farolas que apenas proyectaban iluminación dentro del oscuro callejón, el hombre pudo por fin encontrar aquello que lo mantenía pegado al suelo. La iluminación arrancaba finos brillos a algo que sobresalía del bolsillo de la occisa, le llamaba la atención. Le llamaba a el.

Se sintió avanzar hacia el cuerpo de la mujer, casi como un sonámbulo, sin saber muy bien qué era lo que estaba haciendo. Cuando pudo darse cuenta, ya se había agachado sobre su víctima y extraído la cartera manchada de sangre de su bolsillo.

Realmente no le importo haber dejado sus huellas por toda la ropa de la tipa en el suelo.

Abrió la cartera y ojeó su interior un par de segundos, al amparo de las sombras de la noche. Cuando terminó de revisar el interior de la cartera y la licencia de conducir que la identificaba como Alice Browning, sus ojos se encontraron con algo extraño, algo que parecía fuera de lugar.

Era el mismo, devolviéndole la mirada desde una fotografía tomada hacía muchísimos años atrás.

Las demás caras eran familiares, escrutó la fotografía un par de minutos, con la respiración atascada en la garganta y con un vacío en el estómago que hizo que sus dedos temblaran.

En la foto había cinco personas. Una de ellas era la tipa que acababa de asesinar, con un par de arrugas y canas menos, sonriente y bastante guapa, sosteniendo a dos niños idénticos entre sí. Con el cabello negro y los ojos verdes, al igual que la mujer tirada en el suelo, y grandes sonrisas de bebé mostrando una dentadura intermitente, yacían sentados cada uno en una pierna.

A su lado, había un hombre de cabello negro y ojos color azul. Tenía una sedosa piel blanca y una contextura delgada, y sostenía entre sus brazos a un niño con unos rasgos muy similares y al último un niño que se encontraba sentado en el suelo también tenía una amplia sonrisa en los labios, y estiraba sus brazos hacia la cámara, como si pudiera quitársela al fotógrafo.

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