—¡Jev!
Miré a la multitud con odio. Todos estaban agolpados, mirando. Nadie hacía nada. ¿Es que estaban todos locos? Pasé empujando violentamente a la gente que tenía delante y me obstaculizaba el paso y levanté como pude a Jev.
Estábamos de camino a la enfermería cuando habló, por primera vez en todo el trayecto.
—Por favor, no me lleves a la enfermería.
—¿Por qué?
—No quiero que llamen a mi casa. No pueden hacerlo. No quiero caerte bien, Pau. Pero no lo hagas.
—Entonces qué hago.
—No lo sé. ¿A mi casa?
Un cuarto de hora más tarde, casa de Jev.
Accedí a llevar a Jev a su casa, lo que me llevó unos quince minutos. Estaba faltando a clase, pero no me importaba. Me sentía bien por pensar que soy la única persona que había hecho algo.
Me dispuse a desinfectarle los cortes y rasguños que tenía la piel de Jev, para luego frotarle una crema que le rebajara el hinchazón general que tenía en el cuerpo.
Jev se quejaba cuando le frotaba el algodón por las heridas, pero sabía que él se lo buscó, por la pelea, así que a pesar de ser un quejica, no se movió. Había un silencio un tanto incómodo, así que decidí hablar.
—¿Me vas a contar por qué te peleaste con ése chico?
—No creo que te incumba.
—¿Por qué no? Te he sacado de allí. Deberías por lo menos...
—Ese chico iba a hacer cosas horribles.—dijo, interrumpiéndome.
—¿A quién?—pregunté algo confusa.
No respondió. Simplemente miró hacia abajo antes de decir:
—Gracias por lo de las heridas. Ya puedes irte.
—Eh, pero...
—Pero nada.—dijo tajante.
—Bueno. Si me echas, me iré. Pero toma mi número de teléfono.—dije tendiéndole un papel con éste—Por si las moscas.
Esbozó algo parecido a una sonrisa, y luego cerró la puerta cuando salí.
¡Es un desgraciado!, me gritó mi subconsciente. ¡Me acababa de echar de su casa y yo sólo pensé en que podía sucederle algo!
Cuando me quise dar cuenta estaba en la puerta de mi casa. ¿Qué podía decirle a mi madre sobre el por qué su hija llegaba a casa antes del fin de las clases? No podía contarle la verdad, y tampoco se me daba bien mentir, así que decidí irme al parque que había al final de la calle SylverLay.
Era un parque amplio, lleno de césped y árboles. Era inmenso, tanto que parecía no acabar. Había miles de huecos y caminos, y por una vez, me picó la curiosidad saber hasta dónde llegaba cada uno, así que me dirigí hacia él y me adentré en un camino.
Llegué a un precioso lago sin contaminar en el que el agua era cristalina, y no se oían ruidos, tras 20 minutos de marcha acelerada y rodeos, tratando de no encontrarme a ninguna amiga de mi madre que pudiera delatarme.
Me senté allí. Necesitaba relajarme. Demasiadas emociones por un día.
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Hija del Karma.
Teen FictionPau fue en lo que ahora parece otra vida, una adolescente enamorada de un chico, Ryan. Cuando éste le rompe el corazón, Pau toma una serie de medidas drásticas que le costaron un sobrenombre del que fue imposible deshacerse: asesina. Aparentemente...