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Después de un rato pensando decidí contestarle a Jev.
Pau: Jev. Puedo ir a tu casa
Jev: Genial. Dame media hora para preparar la comida y puedes estar aquí.
Pau: Bien.

Me empecé a poner nerviosa. No sabía qué ponerme. ¿Arreglada o informal?

Me decidí por unos pantalones destrozados y una camiseta negra de tirantes. Total, tampoco estaba yendo a ver a la Reina de Inglaterra. No era más que un chico entrometido.

Apenas me hicieron falta dos frases para convencer a mi madre de que me iba. Ni siquiera me preguntó si volvería.  Creo que tampoco es que le interesara demasiado, supongo que cuanto menos tiempo pasara allí menos la molestaría.

Mi relación con mis padres desde el último año se ha ido deteriorando a grandes zancadas. Supongo que que tu marido piense que tu hija es una criminal y tú no te lo creas pero tampoco lo desmientas hace la convivencia un poco difícil. Sobre todo si tu hija adolescente te ruega que la creas. El matrimonio de mis padres no supo soportar esa carga y se rompió en mil pedazos. Y con él su relación conmigo. 

Papá creía, más o menos, que yo era inocente. Quiero decir, había pruebas incriminatorias hacia mi, estaba demostrado que yo estaba allí... Pero mi padre decía que al mirarme a los ojos podía ver que no había sido yo. Mi madre, sin embargo, no hacía más que gritar a los cuatro vientos que yo era una carga insoportable y un castigo de Dios por sus años de juventud. 

Mi padre estuvo a punto de ganar el juicio, pero luego mi madre pensó que no tendría de qué comer. Y claro, mi padre iba a pasarnos dinero por la separación. No es que lo haya pensado yo, es que en más de una ocasión, ella misma me lo ha dicho.

Me mudé, aparte de por las notas amenazantes que recibía, por las miradas de asco y porque me señalaban con el dedo a donde quiera que fuese, porque mi madre me pegaba, y un día mi padre se enteró y se plantó en mi casa con la policía. Mamá oyó las sirenas, y salimos corriendo. Bueno, ella salió y a mi me arrastró mientras me tapaba la boca y casi me asfixia. El caso es que al día siguiente demandó a mi padre por acoso hacia mi persona y hacia ella, decretaron que todos mis moratones eran suyos y nos dieron una nueva identidad y un nuevo nombre. Por más que grité y grité que mi padre no era el que me pegaba, me dijeron que tantas emociones en los últimos meses habían alterado  mi percepción de la realidad y lo único que gané fue un bote de pastillas que me dejaban drogada por horas. 

Me prohibieron cualquier tipo de contacto con mi padre, y me condenaron a los insultos de mi madre día tras día. Ahora ella simplemente está demasiado drogada o borracha como para siquiera dirigirme la palabra muchas veces. Mejor así, supongo.

Me puse los cascos cuando por fin terminé de desliarlos y giré la esquina a la derecha con un paso suave. No me importaba llegar tarde, no iba a correr por alguien que me había echado de mala manera de su casa. 

Quería pensar que el chaval tenía algún motivo para echarme, pero no se me ocurría ninguno. Tal vez simplemente era un cretino. En mi mente, esa era la explicación más razonable.

Veinte minutos después, calle de Jev.

Caminaba al ritmo de Famous Last Words cuando recibí una llamada. 

 Tía, ¿vienes al final? Llevo como diez minutos esperándote.

  Que sí, que estoy llegando, casi en tu casa. No me metas prisa.

Colgué inmediatamente después. Realmente estaba en la puerta de su casa ya, pero por hacerme de rogar un poco no pasaba nada. Revisé el móvil cuando sentí algo sólido impactando contra mi.

— ¿¡Pero  qué cojones haces!? Grité.

 ¡Lo siento!

Creo que dijo algo más, pero todo se me tornó negro. 

Hija del Karma.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora