IV.II

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No toda decisión es fácil, realmente creo que por muy simple que parezca, todas son en el fondo complicadas, porque al final cada desvío tomado, cada pequeño detalle que eliges, desde el color de la camiseta que te pones por las mañanas, hasta el camino que coges cada día para ir y volver de trabajar, representa quienes somos, representa esa parte de nosotros oculta, que no controlamos en realidad, porque es nuestro yo oculto, quien toma esas pequeñas decisiones que van marcando el sentido a nuestra vida.

Una de las más difíciles que he tomado, sin duda, para poder recuperar la cordura perdida, es escribir esto, como si redactar me fuera a ayudar a desahogarme, a deshacerme de mis sentimientos hundidos. A veces llego a creer que sería mejor no sentir nada, ser un robot sería más fácil, al menos en esta situación, pero si fuera una máquina no me habría enamorado de ti y nunca me habrías enseñado a amar como lo hice. Estúpidas paradojas, siempre consiguen que me haga un lío y comience a divagar al pensar en las probabilidades y sus consecuencias.

Pasamos mi primer cumpleaños juntos, en mi apartamento, en plena época de exámenes, tomándonos un merecido descanso, que no podíamos permitirnos. No hicimos nada esa tarde excepto ver la película Los Miserables, no la última versión, sino la de 1998, en la que aparecía el actor aquel, si no me equivoco se apellida Neeson, que aunque no te gustaba mucho, en esa adaptación tus quejas sobre él desaparecían. Aprendí rápido que era tu novela y película favorita, y que si estaba puesta yo no tenía ninguna oportunidad de ganar tu atención.

Lo mejor que ocurrió en una de esas sesiones fue una tarde, durante un momento que te vi distraída, aproveché para quitarte el mando con un movimiento rápido y paré la película. Quería poder besarte sin preocuparme de tus quejas por no poder verla, pero te abalanzaste sobre mí y entre risas y besos conseguiste hacerte con él. Aprendí en poco tiempo que para tener una sesión de pareja con película de fondo, en la que el filme no importaba en absoluto, debía elegir otra, cualquiera menos esa. Y reconozco, sin un ápice de vergüenza, que parecíamos dos niños enamorados, nos parecíamos a los adolescentes a los que dábamos clase.

No sé cómo ni porqué, pero esta misiva que te escribo me está consiguiendo sacar sonrisas, tristes, llenas de anhelo y ganas de volver el tiempo atrás, pero sonrisas al fin y al cabo. Me duelen las mejillas, llevaba demasiado tiempo sin hacer ese gesto que tú me sacabas tan fácilmente.

Me gustaría viajar al pasado, ya no para cambiar las cosas, que también, sino para revivir los momentos que tengo en mi cabeza, no quiero olvidarlos, cariño, no quiero que tu rostro se convierta en un recuerdo desdibujado.

Fuiste tú la que robó cada parte de mí, lo bueno y lo malo lo conquistaste tan fácilmente que hasta a mí me sorprendió. Necesito verte una vez más mi amor, solo una, para poderme despedir de ti; decirte que te amo de todas las formas que se me ocurran y en mil idiomas; pedirte que no me dejes aunque al final tengas que hacerlo; sentir tu piel y tu corazón bombeando en tu pecho, dándote la vida que te han arrebatado; preguntarte si al final conseguí mi objetivo, si te conseguí impartir correctamente lo que quería, si fui un buen profesor para ti.

Te quise enseñar y demostrar por todos los medios que tenía a mi alcance, y creo que lo logré, que conmigo no eran necesarios los disfraces. Me gustaste siempre, en cualquier momento, por las mañanas al despertar con el pelo alborotado y la cara soñolienta; entre clases cargada de mil cosas y distraída; al final del día con la voz cansada de tanto explicar. No tenías que ocultar nada de ti porque me gustaba cada faceta, cada pequeña muestra que me enseñabas de ti, realmente, amaba todo.

Me gustaba tu manera de cantar tarareando mientras ordenabas las estanterías, o en voz muy alta cuando tenías los cascos puestos y no podías ni escucharte a ti misma, cantabas canciones que ahora cuando las escucho me recorre un escalofrío por todo el cuerpo porque me recuerdan a ti, y cada vez que suenan las notas iniciales en la radio, me quedo quieto, esperando a que empieces a cantar hasta casi quedarte sin voz.

Adoraba tu manía de hacer una pequeña mueca cada vez que algo te disgustaba, creo que lo hacías sin querer pero era bonito verla, y si algo se me daba bien era conseguir que desapareciera, se me ocurría cualquier cosa para que ese gesto se convirtiera en una sonrisa. Solías decir que podía llegar a ser muy creativo.

Y amaba que por las tardes, cada vez que terminabas de corregir los trabajos de una clase, tenías la firme política de leer cinco capítulos del libro que te tocara, del que hubieras empezado esa semana. Eras una ávida lectora, la mayoría de tus libros estaban en el idioma que el autor los había escrito. Los míos, en cambio estaban en español, nunca me gustó del todo estudiar otras lenguas cuando la mía era tan rica e interesante.

No te bastaba con enseñar el idioma cada día, te encantaba leer en francés y lo hacías siempre que tenías un hueco, los escritores de ese habla te conseguían seducir, llevándote a otros planetas, consiguiendo viajaras a esos lugares que describían tan exactamente en sus libros, me habría gustado haber podido ir contigo, pero me conformaba con verte, tu rostro al leer esas historias era, sin más, cautivador. Y más de una vez, aunque, la verdad es que la primera fue por mera curiosidad, te pedí que leyeras para mí, quería escucharte en ese idioma que no entendía.

Debo decir con orgullo que no me equivoqué. En las ocasiones que me complaciste leyendo en voz alta pasajes de tus libros, el apartamento en el que nos encontrábamos se llenaba música. Me centraba en tu voz, que nunca dejó de embelesarme, y me seguía entrando en el cuerpo, haciéndome feliz. No entendía la mayoría de palabras que decías pero daba igual, pues me encantaban los sonidos que salían de tu garganta, claros y firmes. No puedo creer que nunca más la vaya a poder a oír.

Y mientras tú estabas de pie, con la cara ligeramente iluminada por la luz que llegaba al apartamento a través de la ventana, poniendo el alma en lo que leías, yo te veía, apoyado en la encimera de la cocina.

Nunca tuve tantas ganas de quitarle un libro de las manos a alguien.




Primer capítulo del año, unas horas tarde, lo sé, pero bajar todos los chocolates, cenas, turrones, polvorones y roscones es un gran reto. ¡Feliz año! Espero que este 2018 nos traiga muchas alegrías, además de muchas lecturas, votos y comentarios para esta novela corta (guiño, codazo, guiño).

Un gran abrazo literario, ¡nos leemos la semana que viene!

No sé que está ocurriendo, pero llevo varias horas intentando ver si puedo subir el capítulo, pero Wattpad no está por la labor.

Los secretos que salieron a la luz©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora