IV.I

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Estaba tan impaciente y loco por demostrarte lo que sentía por ti que quise que empezáramos a salir al instante de besarnos, pero no sabía en que posición nos habíamos quedado, si solo había sido un beso para ti lo aceptaría con resignación, pero no dejaría de intentar conquistarte.

Parecerá absurdo, pero creo que necesité sentir ese beso para darme cuenta de que, sin querer, sin buscarlo, me habías enamorado.

Cuando nos separamos y te acaricié la mejilla, buscando ver lo que sentías en tus tormentosos ojos, recuerdo que saliste corriendo hacia los apartamentos, dejándome quieto y paralizado, por eso tardé en seguirte más de lo que debería, porque tenía miedo de que te arrepintieras de haberlo hecho.

Corrí hasta el edificio y subí saltando de tres en tres las escaleras hasta llegar nuestro pasillo con la respiración acelerada. No llamé a tu puerta más de tres veces. La primera vez, para pedirte que salieras; la segunda para decirte que me hablaras y que no te cerraras en ti misma; y la tercera para comunicarte que cuando quisieras hablar o aceptar lo que había pasado, lo que habíamos hecho, ya sabías donde me encontraba. Retrocedí por el pasillo hasta llegar a mi piso y entré.

Quererte no era un delito, pero en esos momentos de duda, mientras daba vueltas en la cama incapaz de dormir pensando en ti, parecía que sí lo era. No había podido querer a nadie en mi vida, nunca me había sentido querido como cuando me sentía contigo. Mis hermanos nunca estuvieron conmigo, o al menos eso era lo que yo creía, mis padres nunca me prestaron atención, siempre la mancha negra de las fotografías que evitaban poner por aquella casa. Lo más cercano a alguien que había sentido había sido con mis compañeros de trabajo, el buen rollo que encontré desde el primer día en este internado me hizo querer pasar toda mi vida laboral aquí. En especial con Alonso, sabía que ambos nos teníamos afecto, por los años y las experiencias vividas, pero lo que me provocabas tú se salía de los estándares, y extrañamente, me gustaba.

Yo quería eso más que nada, pero si necesitabas espacio te lo daría, lo único que quería es que estuvieras cómoda, quería ser uno de los motivos de tu felicidad. Nunca he creído en los cuentos de hadas, quizá siempre me he considerado demasiado mayor para ellos, pero cada vez que te tenía cerca los nervios me traicionaban y tuve, durante todo el tiempo que me mantuve a tu lado, la fuerte intuición que empezaba a creer en los finales felices.

A la mañana siguiente salí como siempre pero con una sensación totalmente distinta, no sabía que iba a pasar cuando te viera. Cerré la puerta y al darme la vuelta estabas allí, antes de que pudiera abrir la boca te abalanzaste sobre mí y me abrazaste mientras susurrabas una y otra vez que lo sentías. Te devolví el abrazo, no tenías nada que lamentar, creía entender tu reticencia.

Pero me hiciste inmensamente feliz cuando, por sorpresa, tú me pediste a mí que fuéramos pareja, sí, tú a mí, parecía una locura, que giraba completamente todas mis ideas, y que me encantaba cada segundo un poco más. Amé poder comenzar a llamarte mi novia. Te lo dije muchas veces pero te repetiría mil más, te habías vuelto indispensable en mi vida.

Al principio me pediste que fuéramos discretos, que no hubiera muestras de afecto en público. Te pregunté por qué, con temor de que te avergonzara salir conmigo. Entonces me explicaste lo que había pasado con tu última relación, y quise enseñarle a ese idiota como hay que tratar a la gente. Cerré los ojos con fuerza, a pesar de tener una experiencia parecida por culpa de mi padre, seguía sin entender como había hombres que se atrevían a hacer cosas así al resto de personas.

Aprendí que te cubrías el corazón con una armadura, pero el primero no era tan frágil como creías, y la segunda no tenía la resistencia que le habías intentado dar. La vida te había dado muchos golpes y siempre te habías levantado, intentando no volver a caer, evitando los obstáculos que ya habías superado, pero siempre aparecían más. Te entendía más de lo que creías, no te podía prometer que no habría dificultades, eso era imposible, pero sí podía quedarme a tu lado e intentar superarlas juntos.

Las nubes que tenías por ojos se aguaron, amenazando con tormenta. Casi lloraste y yo solo pude abrazarte y aceptar, porque solo quería que te sintieras bien, solo quería que te dieras cuenta de que me enamorado irremediablemente de ti.

Tú eras la clase de mujer que se merecía que alguien no tuviera miedo a estar contigo, que se interesara por ti y tu día a día, por esas pequeñas cosas que forman la vida cotidiana, alguien que luchara por sacarte esas bonitas sonrisas. Te merecías estar con una persona que te abrazara por la espalda, sorprendiéndote, alguien que te ayudara a reconstruirte cuando te derrumbaras, que no temiera caer contigo y por ti. Alguien que te hiciera reír como si no hubiera nada más en el mundo, como si las preocupaciones contigo se esfumaran.

Durante mucho tiempo, antes de conocerte, me gustaba hablar con los alumnos que se mentían con el resto, porque sí, todos ocultaban inseguridades que querían hacer desaparecer sintiéndose más fuertes, a la mayoría podía tenderles una mano, porque se dejaban, y les ayudaba a quitarse la venda de los ojos, llena prejuicios, que les impedía ver realmente a las personas como iguales.

Me sorprendiste, cuando al llegar, tras unos meses de clases, al no saber que yo solía encargarme de esos chicos y chicas, los citaste uno a uno para hablar con ellos, y cuando yo, sin conocer tus actos, creí oportuno tener una charla con ellos, me explicaron que tú ya habías hablado con ellos, ayudándoles. Y con los más tercos y testarudos no te rendiste, seguiste citándolos y hablando con ellos. Saberlo me impulsó aún más a quererte.

No puedo decir que yo era esa persona que merecías, no lo era ni lejos, y yo lo sabía. Tuve la mayor de las suertes cuando me elegiste, pero haría mi mejor esfuerzo por intentar ganar ese puesto, porque te quería y quería estar a tu lado, quería ser el hombre de tu vida.

No dejaría que nadie te hiciera daño. Que iluso fui prometiendo algo sobre lo que yo no tenía ninguna clase de control. Al menos no rompí del todo mi palabra, nunca te hice daño y nunca te mentí. Sonaré egoísta y frío pero si hacer eso hubiera cambiado mi presente no me habría importado que hubieras terminado odiándome.

Ahora que he probado una de las cosas, prefiero tu odio a no tenerte. Prefiero que mi corazón sufra por vivir lejos de ti a que el tuyo no lata.




¡Hola! Una semana más no he podido subir el viernes, lo siento muchísimo pero ya tenéis aquí el capítulo, espero que os guste, ya hemos llegado a la mitad de esta novela corta y me cada vez me sorprendo más a mí misma.

Siento deciros que la otra mitad se hará esperar un poco, voy a estar unas tres semanas sin poder subir partes, por exámenes, fiestas, y falta de Internet.  No me lo tengáis muy en cuenta. Sí este es el último capítulo del año 2017 y espero que los personajes sin nombre que os he presentado os hayan gustado lo suficiente para volver a leer sobre ellos en 2018.

Feliz Navidad, Año Nuevo y que tengáis un espectacular inicio de año. Nos leemos de nuevo el 12 de enero ;).

Los secretos que salieron a la luz©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora