Algún lugar, 29 de abril 2016
A la única persona que jamás podrá leer esto.
No sé porque hago esto, espero entenderlo cuando termine de escribir, espero que todo lo que siento, ahora revuelto, se aclare. Quizá a medida que las líneas aparezcan reflejadas en el papel podré comprenderlo todo, quizá pueda asumirlo.
Me acuerdo bien del día que apareciste por primera vez en el internado. Esa mañana no fue muy buena para mí, era el primer día del curso para los profesores, que como siempre estábamos intentado que el inicio del año escolar no fuera un desastre.
Para organizarnos, mis compañeros de asignatura y yo nos dividimos las tareas. Yo tuve que llevar una pila de libros que se había quedado en la biblioteca hasta mi departamento. El peso, combinado con mi torpeza con los pies en suelo, me desequilibraron y acabaron cayendo sobre mi pie derecho. Sé que juré en voz alta y dije palabras que nadie debería decir, y menos en un lugar donde estudian y residen niños, me alegro enormemente de que no me oyera nadie.
Me agaché y levanté los libros, tras dejarlos sobre la primera mesa que vi me dirigí cojeando a sentarme en uno de los sillones de la sala de profesores. Más tarde, me daría cuenta de que, de la manera más tonta, me había fracturado un hueso.
Recuerdo, allí sentado, cansado sin haber empezado el curso, haber pensado, como un idiota al verte de pie en el umbral de la puerta, que no tenía sentido que estuvieras por allí, eras demasiado joven. Te tomé por una alumna curiosa que había llegado al internado con unos días de antelación para conocer el lugar antes de empezar las clases.
Pobre de mí, ese día empecé a caer a un lugar del que nunca quiero salir, y aunque debería planteármelo, no soy capaz de hacerlo, sé esta situación no es ni buena, ni sana para mí, pero escapar quizá signifique perderte un poco más.
Había sido una mañana de mierda, bueno, en general, todas las primeras horas de los primeros días lo son, volver a la rutina siempre cuesta, tengas los años que tengas y sin importar cuanto tiempo lleves haciéndolo. Era muy normal y casi esperado, escuchar los suspiros de la mayoría de nosotros, cansados o quizá simplemente resignados al curso que teníamos por delante.
Y tú entraste mirándolo todo con tus enormes y curiosos ojos grises, haciendo un escaneo de la distribución del lugar, fijándote en todos los detalles, desprendías un gran energía que podía percibir desde el otro lado de la sala, y también mucha vitalidad, toda tú estabas viva, veía con claridad tus ganas de comerte el mundo. Algunos de mis compañeros te saludaron y tú les correspondiste haciendo un gesto con la cabeza y sonriendo un poco. Seguiste observando.
Nuestras miradas chocaron y yo alcé una ceja desde el sofá. Y en ningún momento, durante ese cruce, pensé que podría llegar a pasar lo que pasó.
Me pareció divertido que te pusieras roja. Ahora confieso, en este escrito que hago para no cometer ninguna tontería, que me resultaste muy tierna. Podrías imaginarte mi sorpresa cuando sacaste una llave de esos vaqueros blancos y abriste una de las taquillas moradas, demostrándome que eras una de mis nuevas compañeras de trabajo. Me fijé y comprobé, por el color, que pertenecía a la zona del departamento de francés.
Dejaste tus cosas y sacaste un libro del bolso. Te pusiste a leerlo con un claro interés por lo escrito en esas páginas. Recuerdo haber inclinado la cabeza para ver el título, supongo que por la curiosidad típica que caracteriza a la gente de mi departamento cuando vemos a alguien con un libro en la mano. El nombre estaba impreso en francés, pero me resultó sencillo de traducir, no tenía mucho misterio, y me sorprendí, al ver que era Los Miserables. Supuse que tenías buenos gustos a la hora de leer, y ¿para qué mentir? Eso siempre me ha encantado en alguien, y más porque me ha dado muchas excusas para empezar a conocer a la gente.
Te percataste de mi indiscreta mirada y levantaste la vista. No pude evitar sonreír cuando imitaste mi gesto anterior, arqueando una ceja y esbozaste la sombra de lo que espero y creo que fue una sonrisa. No hablaste, solo me observaste, esperado, supongo, que yo rompiera el silencio. Había más compañeros en la sala, pero para mí, solo estábamos tú y yo. Me fijé en tus labios varias veces, quería escuchar cualquier cosa que saliera de ellos. Pero yo no hablé, y tú tampoco lo hiciste.
Permanecimos allí sentados y quietos en un silencio que no llegó a ser incómodo durante bastante tiempo. Solo oía el sonido del pasar de las hojas de tu libro, el roce del papel al moverse nos envolvía. Parecíamos metidos en una burbuja que nos apartaba del resto del mundo. Entonces llegó un profesor tan veterano como yo, rompiendo nuestra tranquila y pequeña atmósfera.
Él y yo llevábamos los mismos años en ese centro, habíamos llegado a la vez y nos hicimos amigos muy rápido. Su materia era muy diferente a la mía, se podría decir que ambas eran contrarias, pero eso nunca nos impidió llevarnos bien. En realidad era divertido cuando, en las discusiones sacábamos argumentos, los míos humanísticos y los suyos científicos.
Alonso se sentó a mi lado, ni siquiera le vi llegar, en el hueco que quedaba entre nosotros y entrometiéndose en mi línea visual y tapándote. Empezó a hablar contándome sus vacaciones, era y es mi amigo y nunca me importó menos lo que había hecho en verano.
Cada vez que él se movía para darle más énfasis a su discurso podía verte levemente, habías seguido leyendo como si nada, pero una sonrisa adornaba tu rostro. No sé como acabó convenciéndome para ir a tomar un café, cuando mi oculta intención de esa mañana era continuar sentado a tu lado viéndote leer.
Le vi levantarse y le imité, sintiéndome obligado y sin ganas, pero no podía dar ninguna excusa, fuera creíble o no, porque no se me ocurrió ninguna. Fuimos hasta la entrada de la sala de profesores, giré la cabeza para intentar verte un última vez pero alguien, algún otro compañero se puso en medio y no me dejó.
Fruncí el ceño algo frustrado, no estuve de buen humor en la cafetería, mis respuestas fueron secas sin llegar a ser cortantes, mi mente estaba en otro sitio, más específicamente en un sillón de la sala de profesores, y creo que Alonso lo notó, pero no me dijo nada.
Era la primera vez que te veía y sin conocerte, ya me habías atrapado.
¡Hola! Soy Tris y os doy la bienvenida a esta pequeña historia. Gracias por leer este primer capítulo. Estoy muy emocionada con este nuevo proyecto, llevaba bastante tiempo con él y por fin me he animado a subirlo.
Si os a gustado agradecería que comentarais, me animaría mucho, pero también podéis votar ^^.
Nos leemos la semana que viene (hoy ha sido una excepción, normalmente subiré el viernes).
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Los secretos que salieron a la luz©
Historia CortaNosotros trabajábamos viviendo con secretos, los susurrados por los pasillos y los contados a voces, los murmurados en los cambios de clases y los exclamados durante ellas. Era parte de nuestro día a día, a veces era nuestro trabajo descubrirlos. Di...