Haciendo un recuento de todo en general, me he dado cuenta de que no sé qué hacer con mi vida. Nadie puede tratarme de lo que padezco. Dicen que no todo mal de amor se cura, pero no sé puede catalogar de esa manera, lo ocurrido entre nosotros, nuestra conexión, no llega a serlo de ningún modo, no puede serlo, pues me correspondías, pero ahora no estás y yo te sigo amando, lo mío tampoco creo que se cure.
Dime cómo puedo solucionar, o al menos apartar, estos sentimientos que me arrollan como si fueran un torbellino y no se aclaran. Antes simplemente podría haberlos sentido, vivir con ellos, porque me hacían demasiado dichoso, pero ahora cada vez que una parte de mí piensa en cualquier detalle de ti, da igual si es sobre tu personalidad, tu forma de vestir o tus gustos mi corazón se estremece, provocándome un dolor demasiado hiriente y agudo. El amor que siento por ti es un arma de doble filo, y me hiere.
Siento impotencia al recordar que nuestras salidas también han acabado. Las empecé a hacer por ti, para poder saciar tu ansia de viajar, y ahora te has ido llevándote mis razones para investigar mapas y guías de viaje, tratando de descubrir un lugar nuevo que poder mostrarte.
Los viajes en moto ya no serán lo mismo. Tenerte detrás de mí, agarrada a mi cintura mientras el aire nos golpeaba por la velocidad era una sensación indescriptible. Te sentía pegada a mi espalda y tus manos se aferraban a mí, notaba tus dedos a través de la ropa, la forma en la que te aferrabas a mí, como si fuera tu bote salvavidas, me hacía querer no fallarte nunca.
Recuerdo que odiabas que condujera rápido y cogiera las curvas para luego derrapar. Sonrío con tristeza cada vez que lo recuerdo, me gustaría que estuvieras aquí conmigo para que me regañaras, pues te tengo que pedir perdón, mi amor, porque ahora la velocidad es una de mis pocas e inútiles vías de escape.
Es irónico que yo siempre haya preferido las novelas negras, de misterio y policíacas, porque ahora estoy metido en una, sin llegar a ser el centro de todo, sin llegar a morir, pero sufriendo más que si lo hubiera hecho.
No es justo, aunque nunca lo es si lo piensas, que las únicas veces que te vi con canas fueron los días de invierno que nevaron y bajábamos a los jardines teñidos de blanco. A pesar de mis protestas no te ponías nunca el gorro azul claro de lana que te regalé, consiguiendo que los copos, que caían de forma lenta, se quedaran en tu pelo hasta derretirse.
Solías reírte de mí y me lanzabas bolas de nieve, decías que era para que me dejara llevar y disfrutara más de lo que me rodeaba, tus burlas cariñosas eran inexistentes para mí, contigo podía disfrutar de cualquier cosa, simplemente me hacías feliz. Casi siempre acabábamos tirados en la nieve tras esas batallitas, te robaba un beso y luego nos levantaba para evitar que nos resfriáramos, o que alguien nos viera. Subíamos a mi apartamento o al tuyo y nos envolvíamos en unas mantas en el sofá, mientras tomábamos un chocolate caliente y veíamos cualquier cosa que pusieran en la televisión.
Me planteé envejecer contigo, joder, y ahora nuestros sueños, deseos y anhelos, como esa nieve, también se han derretido.
La cabaña de la montaña fue una gran excursión. Llegamos tarde, habíamos cenado en un pueblecito justo antes de internarnos en el bosque con la moto en busca de la casita de madera. Después de instalarnos, dejando las maletas en el suelo de la habitación y los cepillos de dientes dentro de un vaso de cristal en el baño, salimos a dar un paseo, aprovechando que oscurecía tarde, y acabamos perdidos en el bosque, nos dimos cuenta al no saber dónde estábamos justo antes de que anocheciera y en plena llovizna, creo que aunque fue una de las cosas más desesperantes, también fue de las más divertidas que vivimos.
Pasamos toda la noche en una cueva abrazados intentando mantenernos en calor, y al día siguiente cuando el sol brillante empezaba a salir por el horizonte nos dimos cuenta de que teníamos la cabaña a menos de quince metros. Te echaste a reír, al notarlo, y cuando llegamos al porche de madera ya me habías contagiado la risa, despreocupándome.
Aquello provocó, no que no volviéramos a salir, nuestras ansias de investigar eran demasiado fuertes, sino que cada vez que lo hacíamos atáramos un hilo en las ramas de los árboles para poder volver sin problemas. Creo que una de las tardes llegamos a teñir el bosque de líneas rojas, creando figuras sin darnos cuenta, y al volver acabamos enredados en ellas.
Recuerdo que puse una hamaca atada a dos árboles para poder leer por las mañanas al levantarme y no hacer ruido, no quería molestarte. No funcionó, siempre que me sentaba en el borde de la cama, a punto de ponerme en pie me abrazabas por la espalda y te levantabas conmigo entre besos de buenos días.
Cada día hacía el desayuno y lo llevaba hasta el porche, donde te sentabas, esperando ansiosa para tomar lo que te había preparado. Te dejaba tu parte en una mesita y yo me iba a leer en mi hamaca. No sé cómo, pero siempre acababas encima de mí, tú con tu libro y yo con el mío, del que nunca llegaba a leer más de tres páginas porque me despistabas, tu pelo que caía sobre mi cuello y me hacía cosquillas, tus gestos al leer, sin darte cuenta de la distracción que suponías para mí, tu respiración que me hacía observarte solo para ver como subía y bajaba tu pecho, tan tranquilo a un ritmo que habría amado ver toda la vida. ¿Qué puedo decir? En resumen y en definitiva, toda tú me distraías de la mejor de las maneras.
Ya no quiero recordar, cariño, quiero seguir viviendo, quiero seguir sintiendo todo lo que me has enseñado a sentir, seguir respirando con fuerza teniendo ganas de vivir, seguir despertándome a tu lado. No quiero que esto siga así, despiértame de esta pesadilla por favor. Que deseo más iluso, lo que yo quiero solo ha importado cuando has estado conmigo, ¿verdad?
Debería estar acostumbrado a que la felicidad es temporal, que nunca dura para siempre y que menos se mantiene a mi lado. Si la felicidad es positiva y el sufrimiento negativo, yo no soy más que un imán de polo positivo, y solo atraigo las desgracias sobre mí y sobre los que me rodean. Lo siento, mi vida, esto ha sido culpa mía, no hay otra explicación posible, me amabas, y has muerto por ello.
Sigo sin saber cómo todo lo que hicimos se han quedado en recuerdos irrepetibles, en momentos que ya solo yo podré recordar, recuerdos que ya no podré contar a los hijos que no tuvimos.
¡Buenas! Sé que dije los viernes, pero digamos que los tres capítulos que quedan los subiré el viernes o el sábado de cada semana.
Después de esa aclaración... ¡Espero que os esté gustando! Sí, como he dicho en el párrafo anterior, el sexto capítulo es el penúltimo, ya queda poquito para que esta mini aventura llegue a su fin.
¡Un gran abrazo literario para todos! Nos leemos la semana que viene ;).
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Los secretos que salieron a la luz©
Historia CortaNosotros trabajábamos viviendo con secretos, los susurrados por los pasillos y los contados a voces, los murmurados en los cambios de clases y los exclamados durante ellas. Era parte de nuestro día a día, a veces era nuestro trabajo descubrirlos. Di...