Capítulo IV: Un paseo inolvidable

449 72 10
                                    

Comparado el lugar que horas antes estuvo, Candy no se atrevió a dar la dirección correcta de su casa. Así que, a su cita, la citó a las puertas de la gótica, católica y romana Catedral de Colonia.

Terry no puso objeción. Además, el hospital estaba cerca y de ahí saldría para ir hacia ella la cual le aguardaba mirando la espectacular vista nocturna que proporcionaba el río Rin, navegando en sus aguas una solitaria embarcación.

Después de seguida unos cuantos metros, los ojos de Candy se fueron a posar en el cielo para tratar de ubicar a la celosa y bella luna que esa noche no apareció. Él sí. Y desde que la distinguió, la admiró en sus limpias e igualmente de sencillas prendas de vestir.

Sin embargo, eso a él no le importaba. Le gustaba lo percibido y proyectado de una mirada que no ocultaba lo que había en un interior: un alma sin malicia, sincera y pura. Sin descartar por afuera, el cuerpo de diosa del que era poseedora; y de una melena larga, dorada y rizada que era agitada por el viento fresco.

Debido a eso, él tenía que ir cubierto. Y la bufanda que le cubría medio rostro, cayó después de haber estornudado, llamando así la atención de ella.

Con el corazón latiéndole más de lo normal, Candy sonrió diciéndole:

– Salud –. Pero la molestia percatada en el rostro varonil, la hizo cuestionar: – ¿Estás bien?

Él asintió con la cabeza, buscando su mano en el interior del bolsillo de su pantalón: un clínex y una cajita de pastillas, de las cuales, ingirió una, luego de limpiar la recta nariz.

El gesto enojado de él, llamó nuevamente la atención de ella la cual preguntaba:

– ¿Qué pasa?

La voz angustiada de Candy, hizo que Terry dijera en un tono tranquilizador:

– Nada –, y desvió el tema al confesar: – Estás hermosa.

A pesar de estar ya preocupada por él, la mujer se sonrojó y sonrió respondiendo:

– Gracias – aunque no fuera cierto. Sin embargo, había sonado tan sincero que se lo creyó.

– ¿Quieres caminar, usar un taxi o el metro?

– ¿Adónde iremos?

– A la cafetería que está en Colonius – una torre de telecomunicaciones.

– Pero... ¿qué no está cerrada al público? – preguntó un tanto desconcertada; y, por ende, se revelaría:

– La abrirán hoy para nosotros... a no ser que... te den miedo las alturas.

– No, no es eso... es que... está bien. Vayamos adonde tú digas.

– ¡Perfecto! Te prometo que será una gran experiencia.

– Ya lo creo, pero... antes de ir –, ella le suplicaría: – promete que estás bien.

– ¡Lo estoy! – afirmó Terry, regalándole una sonrisa como pocas solía dar.

. . .

Esa visita a esa específica torre, tenía mucho que ver con respecto a su proyecto. Ya estando arriba después de haber ascendido metros y metros de altura, los oídos de Candy lo escuchaban todo con atención y sus ojos miraban con gran detenimiento.

El jefe la había presentado con los encargados como su asistente; y como tal debía actuar. Lo malo fue un acto que los echó de cabeza.

Luego de transcurridos varios minutos, Candy fue a poner las palmas de sus manos sobre un muy viejo escritorio pegado a la pared, desde donde ella, a través del amplio ventanal, podía disfrutar de la vista panorámica.

Caminando por el RinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora