Capítulo VII: Una mágica noche

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En el trayecto a casa, fue esta vez Terry quien la sintió callada. Además, su mirada hubo ido todo el tiempo clavada al frente y sus manos... estrangulando al pobre volante.

Él sonrió de la furia en ella y supuso era un cuello lo que le hubiese gustado tener para apretarlo. Terry sentía lo mismo por el perro que venía en el asiento trasero y que no dejaba de ladrar hasta que Candy, sin molestarse a mirarlo, fuertemente gritaba:

– ¡Roxx, cállate!

Con esa molesta señal, even Terry no volvió hablar. Y porque verdaderamente se estaba sintiendo mal, al llegar a su departamento, buscó su habitación y ahí se quedó por un buen rato mientras que Candy se hizo cargo del perro y de atender las llamadas que el periodista iba recibiendo conforme iba pasando el día.

Llegada la noche, desaparecido el enojo para darle paso a la preocupación, sigilosa la mujer se condujo al aposento de él.

Cuidadosa, Candy fue abriendo la puerta y distinguiendo su persona acostado sobre su lecho.

Viéndole con los zapatos puestos, ella se acercó para quitárselos y colocarle una frezada. No obstante...

– ¿Qué hora es? – Terry preguntó sin moverse ni abrir los ojos.

– Cerca de las ocho. ¿Te sientes muy mal? – Candy le tomó el pulso.

– Me siento... cansado.

– Entonces te dejo dormir.

– No. Ven, acuéstate junto a mí – él le indicó un lugar en su cálida cama.

Tamaña invitación así de pronto no la esperaron. Y aún sin ver el rostro de ella se decía:

No te preocupes. Sintiéndome como me siento, lo que menos ganas tengo es en... abusar de ti.

De la seriedad con que lo dijo, Candy sonrió. Obedeció y se acostó a su lado. Aunque mirarlo dormir fue una grande tentación, así que se giró para verle de frente, pero su mano se estiró para acariciarle el rostro y percibirlo:

– Estás helado –, y también: – sudoroso –. Entonces ella sugería: – ¿No prefieres que vaya a prepararte algo de comer? ¿te traigo algún medicamento?

– Ahora no – respondió él y tomó la mano que lo tocaba para sostenerla en la suya y continuar durmiendo.

Su serenidad era tal que Candy pronto se contagió de ella quedándose plenamente dormida y haciéndosele imposible adivinar a qué hora Terry se levantó cuando ella abrió los ojos, se descubrió sola y cubierta con la frezada que quiso intentar poner sobre él.

Sabiendo pudiera necesitarle, Candy se levantó y fue a su lado hallándole en su oficina, con otras ropas, luz tenue y escribiendo.

– Me dormí – dijo ella tallándose los ojos.

– Y lo hacías tan escandalosamente que yo ya no pude hacerlo.

– ¡¿En serio ronqué?! – Candy sonó alarmada; y Terry no vaciló en contar:

– Como una leona. ¿Quieres oírte? –, una mano se hizo de un celular que reposaba en el escritorio.

– ¡¿No me digas que me grabaste?! – aterrorizada se escuchó la pobre víctima; y el investigador expresaba:

– ¡Por supuesto! ya que supuse que no me creerías al contártelo.

Terry pretendió poner el video para ella; sin embargo, Candy se lo arrebató; y el muy travieso... no bromeaba diciendo la mujer:

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