Capítulo II: Die Liebe

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Después de haber descendido del metro, salido de la estación subterránea, caminado dos solitarias cuadras, llegado a un exclusivo edificio departamental, aguardado en su elegante sala de espera a una empleada que le entregó una jaula llevando en su interior un bonito, diminuto y peludo canino e ido finalmente a su domicilio no menos extravagante que el anteriormente visitado, Terry, nuestro guapo protagonista, con teléfono en mano y sosteniendo una conversación, finalmente arribó a su apartamento.

Desde que él tomó la llamada, su viajera madre le describía con detalle los lugares más inimaginables de la bella Italia.

– ¡Florencia! – exclamó repentinamente ella detrás de la línea. – ¡Florencia te enamorará!

– No lo hizo cuando la visité – contestó un escéptico hombre.

– Es que eras muy pequeño, querido. Hoy que eres un adulto intelectual verías el panorama desde otro punto de vista y mayormente si a tu lado viniera una hermosa mujer.

– Tú lo estabas en aquel entonces.

El elogio colocó una sonrisa en el bello rostro de su madre quien alegaba:

– ¡Debes venir!

– ¿Es una orden? – cuestionó el hijo deshaciéndose de sus abrigadoras prendas que colgaría en un perchero. – Pensé que te divertías estando sola.

– Lo hago. Sin embargo, ya me está preocupando tu eterna soltería.

– Pues no creo que te preocupe mucho cuando... en lugar de ir adonde mis colegas y tomar con ellos una copa, debí pasar por tu perro para atenderlo esta noche en mi casa y llevarlo temprano al veterinario.

– Tú dijiste que tenías nada que hacer – se excusaron inocentemente.

– ¿Y que tal si sí?

– ¿Lo dices en serio? –. Una madre ante el reproche se sintió culpable; y el hijo maquinó perversa y pícaramente atormentarla, pero, sus ojos se posaron en la grabadora de mensajes que yacía encima de la barra central de la cocina. Entonces yendo a ello se decía:

– No. Tenía pensado descansar para seguir con la investigación.

– ¿Y cómo va? – la interlocutora sonó interesada. En cambio, él no mucho al decir:

– De maravilla. Se ha adelantado muchísimo. Madre –, la llamó, – tendrás que disculparme por esta noche. Al parecer tengo bastantes llamadas por atender.

– Está bien. Te dejo por hoy mandándote un beso y pidiéndote también que le des otro a Roxx.

Sobre la jaula dejada en el suelo, él posó su enigmática mirada; e hizo un gesto de que nunca en la vida lo haría así se tratara de ella, su progenitora. No obstante:

– Sí, claro. Hasta luego, madre – dijo y colgó.

Veinticinco mensajes había por checar; y apoyando su cadera en una silla alta se dispuso a escuchar uno a uno los recados.

Los que le parecieron importantes en una libreta de notas fueron apuntados; los que no al simple hecho de oír un nombre los hacía desaparecer de la grabadora.

Revisados veintidós, Terry hizo un descanso para estirarse y quitarse la chaqueta que sería puesta en el respaldo de otra silla. Y en lo que prestaba atención al número veintitrés, al refrigerador fue para servirse un poco de jugo. Empero estaba yendo en la búsqueda de un vaso cuando...

Caminando por el RinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora