Capítulo VIII: La primera impresión

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Sin percatarse de lo que sucedía, de un rápido movimiento, Candy aprovechó el espacio dado y saltó de carril, provocando atrás de ella...

El tráfico era suficiente para añadir un problema más. Susana por estar mirando el auto vecino, no se fijó en el de adelante y abolló una defensa.

Según espectadores, el daño no era para tanto, sin embargo... era un vehículo apenas estrenado. La mujer que se bajó de ello lloraba melancólicamente.

– Anoche me lo regaló mi esposo por nuestro primer aniversario.

La causante del accidente no sabía qué decir debido a los nervios y también a la mala suerte que maldecía. Y es que... – ¡qué hombre tan más guapo acompañaba a Candy! Y haberlo perdido de vista –, se lamentaba la contadora la cual preguntaba a su hijo:

– ¿Te acuerdas de las placas?

El niño lo negó y en silencio presenció todos los cargos que le imputaron a su distraída madre.

Por su parte, otra seguía sufriendo la espera; pero en eso... un ángel le cayó del cielo.

– ¿Lady Eleanor? – una vocecita muy alemana la saludó.

– ¡Louise! – se exclamó bastante aliviada. – Qué gusto verte.

– ¿Qué le ha pasado? – la mujer recién llegada pidió a los dos gendarmes soltaran a la dama cuanto ésta pretendió ir a su lado.

– Algo muy bochornoso, querida.

– ¿Puedo ayudarle?

¡Claro que podía! Louise Hermann era la jefe del área aduanal y para suerte, hija de una muy buena amiga de Eleanor.

– Desconocía que trabajaras aquí. ¿Cómo está mamá?

– Algo enferma.

– Oh lo siento. Por estar tan enfocada en Terry, no he podido visitarla.

– ¿Él cómo está?

– Controlado. Ya sabes como son ciertas enfermedades.

– Sí, claro.

– Por cierto, no ha de tardar. Con este incidente por haber perdido mi pasaporte tuve que llamarlo.

– Bien. Entonces mientras llega, venga conmigo, para darle solución a su problema.

Apoyándose del brazo de la joven empleada, ambas caminaron a la par, seguidas de los dos oficiales que fueron encargados del equipaje de la pasajera.

. . .

– ¿Quieres que te acompañe? – preguntó Candy al estacionarse frente al aeropuerto.

– Esta parte del lugar –, gubernamentales principalmente, – no permite mascotas. Así que, ve al estacionamiento y ya cuando salga con mi madre te llamo.

– Me parece bien – dijo Candy; y aguardó a que Terry abandonara el auto para retomar su vereda.

. . .

El último cajón de ese primer piso estaba libre. Ahí fue Candy a dejar el auto y esperar; no obstante, Roxx estaba más insoportable que nunca y la mujer con pocas ganas de aguantarlo. Entonces salió del vehículo, más al ver al perro, tras la ventana...

– No puedo sacarte. Es peligroso – le explicaba; sin embargo, más ladraba el animal. – ¿Quieres ir al baño? –, el can movió la cola. – Lo lamento; el parque está muy lejos y no puedo moverme de aquí. Mi jefe es más importante que tú –. Un gruñido molesto se escuchó, diciendo la soliloquia: – Bueno, ella te querrá mucho, pero yo... lo prefiero a él –. Dos ladridos fieros lanzaron; y la escasamente amedrentada se decía: – Sí, sí. Haz lo que quieras y díselo también. Dile a tu dueña que no te quiero y que tampoco te llevé al parque –, dos seres se miraron fijamente alegando ella: – ¿Que no importa? Claro que sí, pero... me imagino que ella también quiere más a su hijo que a ti. ¿Qué tampoco es cierto? Está bien. Tú y yo no vamos a pelear por eso –, y como fin de la "conversación" Candy se recargó en el auto y cruzó los brazos para seguir esperando. Empero, ahora los lamentos agudos de Roxx, la hicieron compadecerse.

Caminando por el RinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora