CAPÍTULO 10. PREPARACIÓN. PARTE I

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¿Qué estaba haciendo? Vi a Leo despedirse de mí y otras cuantas miradas más sobre nosotros. Christopher no estaba consciente de eso, por que colocó su saco sobre mí y me tomo de la cintura, eso definitivamente, erizo mi piel. No sabía que iba a pasar, pero de algo estaba segura, los dos pasaríamos la noche bajo el mismo techo.

—Tu cinturón —me recodó con su sonrisa cuando encendí el motor ¿el cinturón? Claro. ¿Cómo se me pudo haber olvidado? ¿También iba a olvidar como conducir?

—No vivo muy lejos de aquí —dije mientras abríamos paso por la calle, ahora más solitaria que antes—. Cruzando el río Potomac está Falls Church... oh! Es cierto... ——recordé algo—, no conoces por aquí, ¿verdad?

—Antes de vivir un infierno en Londres, hubo un viaje escolar, ya sabes, conocer la casa blanca y El Monumento a Washington, a Lincoln, a Jefferson. De verdad me gustó mucho la ciudad. —giró hacia la ventana observando el paisaje.

— ¿Dónde vivías antes? —Pregunté— Déjame adivinar

—Adelante —estaba segura que me observaba, pero seguí la vista en la carretera.

— ¿Carolina?

—No

— ¿Seattle?

—No —le resultaba divertido que intentara adivinar.

—Nueva York —fruncí el ceño, tenía que ser ahí. Su padre es fiscal, no creo que sea la clase de persona que pasa su vida entre leyes y... —California.

—Sacramento —nos detuvimos bajo un semáforo en rojo y vaya que había ojos de sorpresa en su rostro.

— ¡Wow! Ahora entiendo porque fue tan duro para ti mudarte a Londres —ciudades, clima, ambientes totalmente diferentes.

—Ni te lo imaginas —arqueó las cejas y el semáforo cambio a verde— ¿y tú? Heeem —pensó en como formular la pregunta—, antes de la Universidad ¿Dónde vivías?

—Nací y crecí en Atlanta —comprendí por que se tomó el tiempo, no quería sacar el tema de mis padres. Eso fue muy... dulce de su parte—. No fue difícil adaptarse en D.C. —mentí un poco. Desde el principio la idea de entrar a la universidad de George Washington fue mi sueño. El rostro de mis padres llenos de orgullo leyendo la carta de aceptación fue lo último que recuerdo de ellos. Era difícil adaptarse sola, en una ciudad completamente nueva—. Hemos llegado —dije en cuanto vi el principio de la calle alumbrada por los faroles. Estacione el carro en la entrada y bajamos en silencio. Me detuve mientras subíamos los escalones en espera de que Christopher pudiera perder el equilibrio.

—Primero tú —dijo extendiendo su mano. Creo que ya estaba mejor.

Abrí la puerta, encendí las luces, y puse las llaves en el canasto encima de la mesilla alta en la entrada. En ocasiones llamábamos departamento a la casa. Dos plantas, tres chicas, las gemelas dormían arriba y compartían el baño. Yo tenía el mío en la recamara de abajo, frente a la sala.

—Es acogedora —aún estaba en la puerta, dudando en pasar.

— ¿A si? Tu mansión debe ser mejor —fui hacia la cocina. Era cortés preguntar si quería un vaso de agua antes que servirlo, pero lo hice al revés—. ¿Quieres agua?

—Claro —se sentó en el sillón grande gris oscuro—. No, no es mejor

— ¿Qué? —me senté junto a él, haciendo a un lado el cojín color amarillo que amaba Sarah, tan solo por el hecho de ser... amarillo chirriante.

—Mi mansión. No es mejor —se puso cómodo mirando el retrato en la mesa de centro. Ese día habíamos ido a un curso en Minnesota y Sarah insistía en tener una foto de las tres junto al cartel de bienvenida—. Es más grande. Fría y solitaria.

¿Crees en eso llamado Destino?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora