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Tres

Otro suceso fundamentalmente fascinante en mi vida, fue amanecer en la cama junto a Kamikawa Kohaku.

Se trató precisamente de un momento alarmante y excitante, como también decepcionante al hallarme todavía usando mis ropas de la noche anterior, escribiendo con caligrafía aterradora frente a mis recién abiertos ojos, el terrible hecho de que no existió entre nosotros nada parecido a un encuentro sexual.

El sol refulgía sobre el cielo, de tonalidades rosas y violetas, temprano en la mañana. Eso pude evidenciarlo debido a la enorme ventana junto a su cama, en la cual, yacía yo del lado derecho, junto a la pared —y la ventana— y mi deseado hombre de anaranjada cabellera, dándome la espalda en el lado izquierdo de la cama.

Yo di por hecho que me hallaba en la vivienda del joven Adonis. Aunque no existía algo extravagante entre sus pertenencias.

Y entonces busqué mi móvil entre mis bolsillos, bostezando, percatándome de que era miércoles y tenía aún que cumplir con mis obligaciones. Tomé una bocanada de aire y froté mis párpados.

—Kohaku... ¡Kohaku! —Llamé, moviendo su hombro de un lado a otro con frenética y vespertina violencia—. ¡Kamikawa Kohaku!

Él gruñó y lanzó su pesada mano al aire, casi golpeándome.

—Más tarde.... —Se excusó.

La fiebre invadió mi rostro y como si fuese una bomba terrorista, estallé, levantándome, pasando sobre él, busqué mi calzado y salí de la habitación, caminando por las desconocidas baldosas, me dirigí a la puerta del departamento y suspiré apenas pude notar que mi salida era imposibilitada porque la puerta estaba asegurada con llave. Corrí de nuevo hacia mi candente hombre onírico y le moví con nueva violencia.

—Kohaku... —Parecí a punto de llorar, rogando por su pronto despertar.

Sus párpados se abrieron y se mantuvo mirando con sus castaños ojos mi rostro por varios segundos antes de emitir sonido.

-—Ah, eras tú. ¿La resaca duele? —Habló desinteresado.

—Mi resaca murió cuando supe que estaba perdiendo clase. —Admití apretando mis dientes.

Temía fallar también en mis estudios con fatalidad, pero, a pesar de que el hombre que tenía en frente tenía la culpa, me era entonces, imposible, enojarme con él.

—¿Cuántos años es que tienes? —Sin gracia alguna, se levantó quejándose y se sentó en la cama, permitiéndome notar que sólo llevaba un pantalón.

—Veintidós.

—Ah, sí, universitario. Pues ya qué... ¿qué quieres que haga? —Se puso en pie y caminó hacia la puerta de la habitación.

Su desinterés clavaba garras afiladas en mi pecho, desgarrando mi corazón junto a todas mis glándulas y pensé que quizá mi efímera atracción por él no era recíproca.

—¡La puerta está cerrada! Necesito salir. Por tu culpa mis calificaciones son bajas y... ahora pierdo clase —Renegué, pueril, culpándolo con inclemencia por mi desgracia.

—Oh, no, eso no es culpa mía. Pero tú necesitas al menos lavarte la cara, joven panda. —Se burló.

Y corrí a buscar su baño, verificando, frente al espejo que el delineador en mis ojos se había corrido y parecía, quizá, una pobre prostituta mal maquillada. Lavé mi rostro una y otra vez hasta quedar limpio y acomodé mi cabello banalmente, pues, seguía teniendo apariencia de recientemente despegado de la almohada.

Cóctel de media naranjaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora