Lafayette camino apresuradamente por las calles de Nueva York, cuidando de no chocar con los americanos que iban en sus propias direcciones.
A veces, no podía creer que eran en estos los caminos donde él y sus amigos pasaban para ir a la taberna, escuchar discursos independentistas...
Los días de gloria.
Ahora eran la sombra de lo que fueron.
Suspiró, demasiado cansado, en todo sentido: de los problemas de Alexander y Eliza; del luto por Angélica; su familia en Francia que abandono por Robespierre y la petición de la mayor de las Schuyler.
Para cuando llegó a la puerta del hogar, se sentía más envejecido que nunca.
¿Podían los hombres sentir tanto peso por problemas de otros? Él pensaba que sí, en especial si esos "otros" habían robado su corazón por su valentía, carisma y un entusiasmo por la causa; para el hombre revolucionario que había sido (y debía seguir siendo), era predecible el haberse enamorado de Alexander Hamilton.
Lo fue también el haber abandonado toda esperanza por las asquerosas "leyes morales" contra esa enfermedad.
Lo fue al ver como cada noche, escuchaba las palabras de amor y devoción entre Alexander y John, en la oscuridad de la carpa, mientras él apretaba su almohada repitiéndose "esta bien, esta bien...".
Lo fue el haber consolado al inmigrante, cuando éste le revelo su relación con Laurens, y como el mencionado lo terminó.
Lafayette no pudo odiar a John, era imposible para él aborrecerlo. Pues sabía que sus razones tenían como punto central al mismo hombre que, en ese presente, dormía en su oficina.
Tantos pensamientos, que solo pasaron en cuestión de segundos para poder tocar la puerta, esperando que fuera recibido.
El sonido de la puerta abriéndose, ya fue un paso para el francés. Ahora faltaba hacer el siguiente...
-Aaron-dijo en saludo el europeo.
-¿Lafayette?
El moreno no culpaba la sorpresa en el rostro del dueño de la casa; ellos jamás fueron grandes amigos. Gilbert se recordaba molestándolo por su falta de "valentía", y esa tendencia a esperar un momento que él mismo podía generar.
Lo único que hizo que estas dos personas se conocieran, ahora estaba paseando con sus hijos en el norte de la ciudad.
-Ha pasado tiempo-inicio con una sonrisa que no llegaba a los ojos de Burr.
-Sí, mucho...-carraspeó, algo exasperado por saber que el otro en realidad no se sentía cómodo-¿Paso algo?
El francés notó por fin los cambios que los años hicieron en el hombre que "solo espera": había firmeza en su mirada, ninguna indecisión. Estaba impaciente, pero curioso de saber un respuesta que ya estaba exigiendo.
Por un segundo, vio que Alexander se volvió la plaga en la misma esencia de Aaron.
-Necesito tu ayuda-inicio borrando la sonrisa mostrada hace unos segundos- tiene que ver con Alexander...
-Lo sospeché...-interrumpió.
-...y sobre lo que esta pasando en estos momentos-la mirada del otro mostró empatía.
-...no me atrevo a decirle que lamento su pérdida-oh, aún queda algo del viejo Burr al menos.
-No te preocupes, pues no era sobre su luto de lo que quiero hablar, aunque suene irrespetuoso-hubo un silencio entre ambos. Lafayette soltó un suspiro-Mon ami Alexander...quiere divorciarse de Eliza.
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"I'm helpless...and I can't say no to this"
RomanceSemi-AU. En la casa de los Hamilton, Eliza Schuyler, esta sola mientras se recupera de una enfermedad. Por insistencia de ella, su esposo, hermana e hijos se van a descansar. No había nada divertido ni fuera de lo común mientras extrañaba a su fam...