EL SUEÑO

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–¡Mentira! Yo no la maté, ella murió de una enfermedad –gritó Lucas en respuesta. Yo estaba tan pasmada que no supe cómo reaccionar por varios segundos.

–Ja, ja. ¿Quieres seguir ocultándole quién eres? –se rio Kosevich con maldad–. Descuida, te amará de todas formas, pero no lo suficiente como te gustaría, porque arriesgaría su vida por su familia antes que por ti.

–¡Eso no es cierto! –grité yo esta vez. El pasmo se me fue un poco cuando escuché ese comentario por parte de Kosevich–. Lo haría por los dos. Por cierto, ¡ellos deben de tomarme por muerta en este momento por culpa suya!

–Morirán pronto, niña, no te preocupes por ellos. Muy pronto el planeta Tierra será un espectáculo de guerra entre kiots y kanyots, ya que los habitantes de Kasich se enteraron de nuestro plan. Es una lástima que su tecnología sea tan buena que puedan grabar conversaciones a años luz de distancia.

–¡Usted es un despiadado! –exclamé.

–Lo sé, nena –dijo Kosevich, sonriendo otra vez–. ¿Pero ahora entiendes el porqué de esta situación? Las apariencias pueden engañar, ¿cierto? –agregó, señalando a Lucas con el mentón.

–¡Deje de mentir! Usted es un maldito que solo quiere ejercer su poder.

–Como diga, señorita. Pero nada me hará cambiar de parecer –dicho esto, Kosevich tiró de las cuerdas y nos arrastró hacia él. Yo trataba de no herirme el rostro con la alfombra, y de no resistirme para que no me haga daño. Cuando estuvimos tirados a sus pies, Kosevich propinó un fuerte golpe con su pie derecho en una de las costillas de Lucas, haciéndole gritar de dolor. Lukyanova le calló con un golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente.

­–¡Noooo! –grité yo–. ¡No le haga daño!

Kosevich me dio una paliza.

–¡No grite! No está muerto.

Sentí cómo lágrimas desesperadas brotaron de mis ojos, aunque lo que menos quería era llorar delante de ese hombre, quien sonrió con más maldad al ver las gotas correr por mis mejillas. Me quise secar el rostro, pero las cuerdas atadas a mis muñecas me lo impedieron. Entonces justo Kosevich se iluminó con la cegadora luz blanca propia de los kiots, alumbrando todo el salón. Ya no pude mantener mis ojos abiertos y los cerré con fuerza, tratando de impedir que me doliera la vista, mas no me sirvió de mucho, ya que la luz era tan intensa que atravesaba los párpados. Sentí cómo me elevaba en el aire y era movida hacia quién sabe dónde. Tuve ganas de moverme, de gritar, de reaccionar de cualquier forma; pero ninguno de mis miembros era capaz de obedecer a las órdenes de mi cerebro.

Cuando volví a cobrar mis sentidos, me di cuenta que estaba en una celda. Todo estaba a oscuras; lo único que me permitía siquiera darme cuenta de si era de día o de noche era una pequeña rendija que había en una pared, por la cual podía mirar hacia afuera. Me acerqué a ella con velocidad una vez que desperté y miré hacia el exterior. Entonces vi un montón de mesas blancas y extraños aparatos. Vi a gente, o mejor dicho, extraterrestres, caminando de aquí para allá con batas y mascarillas blancas. Algunos llevaban en sus manos cuadernos y lápices; otros, instrumentos o probetas, y otras cosas que no era capaz de reconocer. Reconocí que afuera de la celda estaba el Gran Laboratorio. Miré con más detalle, evaluando el lugar con cuidado; no se diferenciaba mucho de los laboratorios de mi planeta, salvo en la modernidad de los aparatos tecnológicos. Los científicos y médicos apenas usaban sus manos para operar o hacer sus experimentos, ya que las máquinas hacían la mayor parte del trabajo por ellos. Estaba asombrada por tanto avance.

Pero mi asombro terminó en cuanto vi a Lucas inconsciente postrado en una camilla. Nadie lo atendía en ese momento, lo cual me preocupó aún más. ¿Lo matarían o lo transformarían en kiot? La duda me asaltó la mente, y aunque tratara de pensar en cuál opción sería la mejor para él, en realidad pensaba que ninguna lo sería. Golpeé la pared con todas mis fuerzas, sin éxito, a causa de que algo impedía que se escucharan los golpes. Era como si cada golpe rebotara en el aire y se ensordeciera. De hecho, sentía que mis manos se expulsaban de la pared en mi dirección cada vez que la golpeaba. Me desesperé. ¿Cómo iba a pedir ayuda o salir de ahí?

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