MIENTRAS TANTO, EN IRIK...

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Salí de la habitación en cuanto me di cuenta que ha pasado bastante tiempo sin tener noticias de nadie. Quería saber urgente qué estaba ocurriendo en mi mundo, y me parecía extraño que ni Lucinda ni Kosevich me hayan vuelto a visitar. Empecé a caminar primero por el palacio al azar, diciendo "¿hola?" cada vez que entraba en una habitación o salón. Todo estaba decorado al más estilo medieval, con muchas figuras religiosas, y con velas que había a los costados de los pasadizos. Caminé y caminé sin encontrarme con nadie, lo cual me pareció más extraño. Sentía que estaba sola en el castillo, y eso solo me hizo pensar en una cosa: en que todos se habían ido a la Tierra. Pensé en mis padres y en mis hermanos. Tal vez estaban siendo atacados por extraterrestres, mientras yo me encontraba merodeando tranquilamente en el palacio de Irik. Sentí una punzada de culpa. Quizás, si no hubiera ido al despacho del padre de Lucas, nada de esto habría ocurrido.

Entonces una pregunta se me vino a la mente. ¿Qué era tan interesante que había en el despacho del padre de Lucas? La duda me martilleó el cerebro, y pensé que debía ser algo muy importante, ya que sino los kiots no estarían merodeando por ahí, como afirmó Kosevich. Decidí que tenía que hallar una forma de ir hasta allá para averiguarlo. Pero me acordé de Lucas y de su estado. Corrí desesperada en busca del Gran Laboratorio, que intuía que ni siquiera estaba por ahí. En eso estaba cuando entré sin querer en un salón gigantesco, con adornos de piedras preciosas pegados y colgando por doquier, al igual que un montón de cuadros de personas con corona, que colgaban de las paredes. Miré hacia el frente, en donde había un gran trono de oro con diamantes incrustados en él. En el trono estaba sentado un anciano rey regordete que bebía algo de un cáliz en postura melancólica.

Me disculpé rápidamente e hice ademán de cerrar la puerta de nuevo, pero el rey me detuvo con un gesto de una mano. Su mirada era bondadosa, a diferencia de la de Kosevich, lo cual me sorprendió un poco, ya que pensaba que todos los habitantes de Irik eran malvados.

–Buenos días, su majestad –saludé.

–No es necesaria tanta formalidad, señorita –respondió el rey–. Sólo llámeme el Gran Ki, como lo hace todo el mundo.

–Pues... –contesté nerviosa– Buenos días, Gran Ki.

–Así me parece mejor. ¿Quiere un poco de yugus? –preguntó luego el rey, señalando su cáliz.

–¿Yugus? –inquirí yo, sin entender.

–Un bebestible delicioso. Está hecho a base de frambuesa, aroma de huesos de perro y alas de moscas. Dicen que es ideal para la digestión.

–Vale... –respondí, mirando el cáliz con recelo–. No, gracias –añadí con una sonrisa de cortesía fingida.

–Como guste, señorita –dijo el rey, y acto seguido tomó un largo sorbo–. ¿Qué le trae por aquí?

–Nada, solo estoy viendo dónde estoy –respondí nerviosa.

El rey puso cara de incredulidad.

–¿Seguro?

Me puse colorada, ya que él entonces clavó su mirada fijamente en mí.

–Bueno, no... Me preguntaba dónde están todos, porque no vi a nadie, hasta ahora, ja, ja. Así que andaba buscando alguna presencia.

–¿No se enteró de lo que está aconteciendo? –reaccionó sorprendido el rey. Negué con la cabeza–. Ay, niña... Lo que pasa es que todos partieron a buscar a los delincuentes del planeta Tierra.

–¿Inclusive el señor Kosevich?

–Así es. Él es el líder del comando.

–Vaya –exclamé–. Sí que se han ido rápido.

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