INCUMPLIMIENTO

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Estaba destrozada pensando en que Lucas podría morir. No cesaba de llorar por la impotencia, la rabia y la tristeza. ¡Ni siquiera había alcanzado a darle un beso y a decirle que le amaba! Pero eso no era lo peor, ya que lo que más me afectaba era el saber que no podría hacer nada en caso que le pasara algo a Lucas. Tal vez ni siquiera me enteraría. ¿Y qué iba a hacer si se moría? ¿Cómo le diría a su padre lo que sucedió? Las lágrimas aumentaron y cayeron en chorros. Sentía cómo humedecieron parte de mi pecho desnudo y se escurrían dentro de la blusa, pero no hice nada más que secarme la cara de vez en cuando con una mano, sorbiéndome la nariz.

Era tanta mi aflicción que al final no hice más que sentarme contra la pared y entregarme al tiempo. Si tenía que morir, nada se podría hacer en contra. La Tierra ya no era lo mismo desde que hay amenaza de aparición de alienígenas, quizás hasta estaría más segura encerrada en la celda. Pero, ¿qué ocurriría con mi familia y mis amigos? No podía imaginarme que se murieran sin que alcanzara siquiera a despedirme. Entonces, como por arte de magia, mis párpados se empezaron a cerrar lentamente, sin que pudiera controlarlo. Al cabo de algunos minutos, me hallaba sumida en un profundo sueño otra vez.

A la mañana siguiente, no sé cómo, no desperté en la celda como me lo había esperado. Estaba otra vez en la habitación blanca, tal como cuando desperté ayer en este extraño planeta. Al abrir mis ojos, me di cuenta que tampoco estaba amarrada ni acompañada, y que encima de mi velador había una bandeja con tutti frutti. No podía sentirme más confundida por la situación. Pero tenía hambre, así que tomé la bandeja y empecé a desayunar. Las frutas sabían raro, eran más amargas que dulces, y no contenían mucho jugo. Me di cuenta que los seres de este planeta no conocían las frutas como los de la Tierra y que casi todo lo que comían era artificial. Incluso había un trozo de sandía que sabía a goma de neumático. Lo dejé en una esquina de la bandeja, porque me asqueó el sabor.

En eso estaba cuando vi un parpadeo en la sala. Miré hacia él asustada, para ver que había aparecido una imagen como emitida desde un proyector en la pared contigua a la cama. Ahí salía el canal de las noticias del planeta Tierra y se podía ver la viva imagen de Robert Jones hablando. Puse atención para escuchar lo que decía.

Entonces entendí que iba a entregar a los delincuentes para salvarme a mí.

Se me cayó el alma a los pies. ¿Cómo era posible que iba a cambiar la vida de millones de personas solo por una chica? No podía creerme lo que había escuchado. Me quedé un poco paralizada en la cama, sin probar más de las frutas artificiales, hasta que la pantalla desapareció por sí sola. Fue en ese momento en que entró Kosevich, sin siquiera tocar a la puerta.

–¿Bien? ¿Ya sabes qué decidió el presidente de tu planeta? –inquirió con desdén.

Lo miré con la peor cara que pude.

–Usted es un asno, sabía que él iba a entregar a esa gente.

–Por supuesto que sí –se rio el rubio–. No tomo decisiones tontas.

–Me va a liberar ahora, supongo, ¿o no?

Kosevich soltó una carcajada cuando me escuchó.

–¡Ja! ¿Y tú crees en los cuentos de hadas?

–Se lo prometió al mundo entero –le recordé.

–Lo sé. Pero poco me importa tu planetita, niña. Los humanos son casi tan estúpidos como mis antepasados. Solo saben destruir, lo vi con mis propios ojos.

–¡A usted no le importan las vidas de los demás! –le espeté–. Solo piensa en usted mismo. ¡Y se hace llamar salvador del universo!

–¡Claro que lo soy! Pero para poder salvar al universo, debo reconocer que habrá que hacer algunos sacrificios. ¿De qué me servirá salvar a la Tierra si después los kanyots hacen explotar su arma? Así mejor corro el riesgo de que la Tierra desaparezca a cambio de la salvación de todo el universo. ¿Me entiendes ahora, jovencita?

Lo fulminé con la mirada.

–Ajá. ¿Pero para qué más me necesita si solo me quiso como rehén?

–La verdad es que no me sirves de mucho como estás. Tal vez... –Kosevich hizo un gesto pensativo–. Si fueras una kiot me servirías más. Así al menos habrá una posibilidad de que puedas pegar un combo sin que te detengan primero. Pero por lo que vi, me di cuenta que no me serías leal, y gente así no me sirve. Por lo tanto, por mientras puedes hacernos compañía. De ese modo al menos no arriesgaría que les cuentes sobre nuestro plan a todo el mundo–. Dicho esto, el señor se dio la vuelta y desapareció detrás de la puerta antes que pudiera emitir protesta alguna.

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