LA CLASE DE DANZA

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Mi curso de Danza empezará en 15 minutos; mi mamá quería que al fin aprendiera a bailar de verdad. Yo le dije que era una pérdida de tiempo, pero ella todavía guardaba esperanzas. Nunca he sido buena bailando y que me mandaran a un curso de baile me agobiaba, pero como mis papás me dijeron que si no iba, no obtendría permiso para ir a Argentina de vacaciones con mis amigos en las vacaciones de verano venideras, no tenía otra opción. Y todo porque a mi mamá le habría gustado ser bailarina cuando tenía mi edad y no lo pudo ser a causa de que sus padres querían que estudiara algo que tuviera más futuro según ellos.

Ahora ya solo faltaban algunos minutos para que la primera clase comenzara, y yo aún estaba en pijama, de tal grado era mi motivación. Mi mamá solo me miraba meneando la cabeza negativamente.

–Ay, Débora, nunca cambiarás, ¿cierto? –comentó con voz cansina–. Cuando algo no te gusta, nadie te puede cambiar de idea. Pero tienes que intentar esto, porque ya llevas demasiado tiempo encerrada en casa viendo memes y esas tonteras de Internet.

Yo puse los ojos en blanco y fingí no escuchar a mi madre. No era verdad que me la pasara viendo memes, ella juraba que yo era como mi hermano pequeño de diez años. Lo que realmente hacía era leer y crear cómics, que después publicaba en Internet. A veces sentía que mi madre no sabía quién era esa chica de dieciséis años que vivía bajo el mismo techo que ella.

Llegué al curso con veinte minutos de atraso. Sabía que no era una buena forma de empezar una clase, pero yo no tenía ni la menor gana de estar preocupada por eso; al contrario: esperaba que ojalá me echaran por falta de compromiso para que mi mamá me dejara en paz de una vez.

Ni siquiera toqué a la puerta al entrar, sino que entré con toda confianza y rapidez, pasando a botar mi botella con agua, que colgaba de mi bolso, por accidente. Todos los presentes, que ya estaban imitando los pasos que les enseñaba una rubia y tatuada maestra con figura esbelta al frente de ellos, se me quedaron mirando raro. Algunos incluso soltaron una pequeña risita, pero yo me hice la boba.

–¡Oh, perdona, me descuidé! –exclamé con una risa nerviosa–. Y... perdón por el atraso también, pero pensé que las clases empezarían en diez minutos más.

La maestra paró en seco, se me quedó mirando con el ceño fruncido y dijo seria:

–La clase empezó hace veinte minutos, por si no sabía. Le dije los horarios cuando se vino a inscribir, ¿recuerda?

Asentí con displicencia.

–Ahora preséntese, por favor, que usted es la única bailarina nueva aquí. ¿Cómo se llama? –preguntó después.

–Soy Débora –contesté simplemente.

–¿Débora cuánto? –la mujer me miraba con ojos escudriñadores. 

–Débora Melo -dije sonriendo un poco avergonzada, mirando a todos. No había nada que me avergonzara más que decir mi nombre junto a mi apellido. Estaba segura que la rubia me quiso humillar a propósito por llegar tarde a su clase.

–Lindo nombre –todos rieron–. Espere en las bancas a que le elija una pareja para que venga a participar en la siguiente etapa del baile, ya que ahora estamos en pleno proceso del primero y no entenderías.

Asentí con la cabeza levemente y me fui a sentar en la banca con malhumor. Me sentía terrible, porque no quería estar ahí y porque la profesora me acaba de molestar con mi nombre. En ese momento volví a odiar a mis padres por llamarme así. ¿En qué estaban pensando cuando eligieron mi nombre? No lo podía entender, puesto que, que ellos lo encontraran gracioso no significaba que tuviera que soportar un bullying eterno por eso. Decidí que cuando fuera mayor, me cambiaría el nombre. Después, saqué mi celular y abrí mi cuenta de Instagram. Por lo menos así pasaría rápido el tiempo.

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