Dos: Sé elocuente

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—¿Tu amohada olía a nachos con queso? —preguntó Lola antes de soltar una carcajada—. ¿Qué canción de Lana del rey es esa?

Solté algo que tuvo toda la intención de parecer un gruñido, pero sonó más bien como un lamento de moribundo. Me encontraba a punto de sufrir una crisis por la cantidad de nervios que mi cuerpo estaba conteniendo y ella seguía riéndose como si todo fuera un invento.

—No pienso responderte una mierda, ¿sabes? —Metí la mano en el bolsillo de mi chaqueta para sacar un cigarro, pero luego recordé que yo no fumaba, así que me irrité más. De hecho, ni siquiera tenía cigarros—. Y es una lástima, porque pensaba darte los detalles interesantes.

La rubia dejó de andar cuando ya nos encontrábamos cerca del instituto, se giró para mirarme de frente y me dio un golpe suave en el brazo con enfado fingido.

Mi chaqueta y sus guantes funcionaron de amortiguadores, pero de todas formas emití un quejido antes de tironear de su brazo para que siguiera andando a mi lado. Ella podía ser una desgraciada, pero de alguna forma estaba consiguiendo que yo también le restara importancia al asunto.

—Puedes anular un matrimonio antes de las veinticuatro horas —me informó en cuanto retomamos el paso—. ¿Cuánto tiempo ha pasado?

—Como mil años. —Me pasé una mano por el cabello para encontrar algo que hacer con ésta. Tener los brazos tan estáticos me estaba poniendo nervioso. Respirar también me inquietaba. Ojalá muriera durante algunos minutos para aclarar mi mente—. Dos días, creo. Fue el viernes.

Lola siguió andando y echó la cabeza hacia atrás, como si la respuesta estuviera en el cielo. Esperaba que fuera capaz de encontrarme una solución, porque si ella no lo hacía, entonces nadie podría.

Llegamos frente al instituto y comenzamos a esquivar a los grupos de estudiantes que se aglomeraban para pasar todos juntos por la puerta de entrada. Me dispuse a ingresar con ella, pero antes de que pudiera hacer algo al respecto ella se libró de mi agarre y la encontré lanzándose sobre la espalda de alguien, a algunos metros en el estacionamiento.

Y ese alguien era Jordan, su novio. Podría reconocerlo incluso de espaldas a mí. Quizá fuera por su complexión delgada, el corte de su cabello o la ropa que usaba.

Él siempre había tenido, para mí, algo diferente que lo distinguía de cualquier otro chico dentro del instituto.

En una situación normal me habría armado de valor antes de acercarme a él, pero aquel día me limité a emitir un «Ugh», abatido, para luego unirme a ellos.

Lola había comenzado a reír mientras Jordan, con ella aún sobre su espalda, maniobraba para cerrar la puerta de su auto y tomar distancia del vehículo. La vi enredar sus piernas alrededor de la cintura del muchacho y a él sumarse a las carcajadas, con el cabello cubriéndole parte del rostro, demasiado ocupado como para apartárselo.

Era tan lindo que me entraban ganas de llorar.

—¿Audicionarás para la obra? —alcancé a oír que ella decía.

Jordan arrugó la nariz y entrecerró los ojos, como si intentara encontrar la respuesta escondida en su cabeza pero no la hallara. Aquel día se veía un poco más animado de lo habitual.

—Lo dudo —respondió finalmente—. El entrenamiento...

—¿Qué dices? —Sin perder el entusiasmo, la rubia le apartó el cabello de la frente para estamparle un beso allí— ¿Que estarás ahí para verme? Hombre, eso es genial. —Se bajó de su espalda y le dio una palmada en el brazo antes de comenzar a alejarse para entrar al recinto—. Eres un ganador. A las cuatro.

Romeo, Marco y JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora