Diecinueve: No llores

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Farrah llevaba más de diez minutos en silencio mientras parecía estar concentrándose para mantener la calma. No lucía como si estuviera por tener un ataque de pánico, pero me comenzaban a inquietar sus nervios.

Se veía como si aguardara a ser interrogada por la policía.

—¿Quieres café? —le pregunté y obtuve un asentimiento de cabeza como respuesta.

Sabía que ella tenía un pequeño problema con la cafeína y los cigarros, pero al menos no se emborrachaba hasta la inconsciencia como yo. Mamá también lo tenía y con el tiempo había aprendido que no se trataba de la bebida en sí, sino del efecto placebo que desencadenaba una actividad regular, como beber una taza o más de café todos los días.

Comencé a preparar un poco cuando Giorgia entró a la cocina y se detuvo junto a la isla para apoyar las palmas de sus manos en el mármol. Farrah levantó la cabeza, sentada en uno de los taburetes, y la miró con curiosidad. Nunca en mi vida vi tanto pelo en un solo cuarto.

—Hola —saludó mi hermana, inexpresiva.

Farrah no contestó.

Yo tenía la teoría de que ninguna de las dos se llevaba bien porque competían por ver quién tenía la greña más grande de la casa.

Sólo podía haber una piojosa en esta ciudad.

Les di la espalda para buscar una taza en la alacena y oí a mi hermana suspirar detrás de mí.

—No tienes que hacerte la ruda sin sentimientos conmigo—oí que decía. Intenté hacer las cosas más lentas para no producir mucho ruido—. No sé qué tienes en la cabeza, pero no es agradable. No te ves interesante. Sólo estúpida.

Abrí los ojos, pero no me moví. No estaba seguro de si se debía a que tenía miedo, o simplemente era un chismoso. La pava eléctrica se detuvo y se formó un silencio extraño antes de que la voz de Farrah llegara.

—Eres una caprichosa —respondió bajo—. Lloras y luego extorsionas a tu hermano para que haga lo que a ti se te da la puta gana. Menuda hermana de mierda que eres. —Tomé la taza entre mis manos y me volví para mirarlas. Los ojos de Giorgia fueron a mí por medio segundo antes de fijarse de nuevo en la pelirroja—. ¿Le has preguntado cómo está llevando todo, o sólo lo has estado presionando para que haga cosas que no quiere?

Farrah seguía encorvada sobre su asiento, tranquila. No era el tipo de tranquilidad que tienen los tipos de las películas cuando se ponen trajes carísimos y van a reuniones para tratar asuntos millonarios. Sino más bien del tipo que tiene alguien que está cansado y ya no piensa gastar un gramo de energía en alterarse.

Giorgia también se veía calmada, aunque por las cejas alzadas de su rostro, parecía que no estaba acostumbrada a que le dijeran ese tipo de cosas. Había retrocedido un paso, aún con la palma apoyada en la isla de la mesa, y corrió el bolso que tenía en el hombro hacia atrás, como si buscara protegerlo de la pelirroja.

Me pareció que había sido un gesto inconsciente. No quería pensar que mi hermana era tan descarada.

—¿Quién te ha invitado a...?

Miau.

Giorgia cerró la boca. Farrah se enderezó en su taburete y movió la cabeza como si estuviera buscando algo. Dejé la taza frente a ella y los dos miramos a mi hermana.

Miau.

Empujó su bolso un poco más hacia atrás, hasta que acabó en su espalda. La pelirroja se levantó de su asiento con intención de alcanzarlo, pero mi hermana retrocedió un paso y nos miró con pánico.

Romeo, Marco y JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora