Treinta y uno: Sigue andando

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Farrah ya se encontraba en mi cuarto cuando llegué. 

Estaba jugando un partido de tenis frente a la pantalla de mi computadora con el control remoto de la Nintendo Wii que Giorgia y yo teníamos.

Bueno, no era una Nintendo. Era una versión probablemente más barata que mamá había comprado en el barrio chino y que pasó tantos años en el olvido que me sorprendía que aún siguiera funcionando.

—Mierda —murmuró Farrah luego de tratar de hacer un saque sin éxito mientras me ignoraba con formidable talento. Luego, alzó la cabeza para verme— ¿Te vas a quedar mirándome mucho rato o qué? Me estás  incomodando.

Cerré la puerta detrás de mí sin saber exactamente qué decir. Me sentía como en aquel primer día de clases luego de la boda, cuando alcancé a pedirle el divorcio entre balbuceos.

—¿Estás bien? —solté con atropello.

Ella apagó la pantalla y me arrugó la frente y la nariz, como si no comprendiera a qué se debía mi pregunta pero en lugar de generarle curiosidad sólo la molestara.

—Sólo me he ido por dos putos dí...

La atraje hacia mí y la abracé con fuerza. Se sentía tan increíble tenerla de vuelta, entre mis brazos, que me negué a soltarla por un rato. Sentí su cuerpo tensarse y calmarse de inmediato, inspiré hondo y respiré el olor de su cabello: shampoo de uva.

—Vaya, vaya. —Me separé sólo un poco para apreciar su rostro, contento de verla—. Finalmente te has pegado una ducha.

—Cállate. —Separó los labios con ofensa y empujó mi hombro con intención de apartarme, pero le estampé un beso en la mejilla. Luego otro, y otro más. Ella trató de poner la mano para que no siguiera mientras reía—. Eres un pesado. Ya suéltame,  dramático. —La dejé y ella retrocedió un paso para sacar algo del bolsillo de su pantalón. Era la primera prenda nueva que le veía puesta—. Cargué esta mierda en la mañana y encontré cuarenta y siete llamadas perdidas tuyas ¿Estás desquiciado o qué te pasa?

Junté las cejas.

—Desapareciste.

—No lo hice. —Volvió a dedicarme la misma mirada de hace rato—. Dejé una nota en la puerta porque sabía que ustedes, pendejos, se iban a asustar.

—No había nota.

—Yo la puse.

—La arrancaron.

Ella guardó silencio como si estuviera meditando al respecto. Se había hecho una cola de caballo pero algunos mechones que no había conseguido atrapar se caían sobre su rostro.

Volví a hablar.

—¿Era tu hermano el que estaba en tu casa?

Farrah asintió.

—Sí, a lo mejor la arrancó él. Vino a regañarme y luego dijo que se iba a quedar en un hotel por ahí cerca. —Me lanzó el control con el que había estado jugando y traté de atraparlo en el aire—. Me estuve quedando con él hasta que vi la odisea que armaron en mi ausencia.

Pasé a su lado y me dejé caer en la cama, terriblemente estresado. De momento quería enfadarme con ella por habernos puesto a todos tan nerviosos y al rato me quería abrazar a sus piernas para que no nos volviera a dejar.

Solté el control, me pasé las manos por el rostro y suspiré. Ella pareció notar que algo en el ambiente se tornó más serio, porque se acercó a mí y se sentó en el suelo, cerca de mis pies. Su expresión se suavizó, sus ojos se fijaron en los míos, grandes, oscuros y expectantes. Tomé su rostro entre mis manos.

Romeo, Marco y JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora