Veintidós: Hazte cargo de lo que debes

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Pasé las siguientes horas en el instituto tratando de poner a Lola al día con todo lo que había sucedido, obviando, evidentemente, las partes de Jordan. Aún no estaba del todo seguro de si ella se podría molestar al saber que lo había visto luego de que nos encontrara, y no quería tentar la situación ahora que estaba con ella de nuevo.

Además, por como se encontraban las cosas, no tenía sentido contárselo. Porque de todas formas Jordan parecía haberse olvidado por completo de mí y ahora prefería pasar tiempo con Farrah.

¿Estaba celoso?

Sí. Demasiado. Aún no comprendía cómo había pasado de estar con ambos a no ser notado por ninguno. Y me estaba muriendo. Necesitaba que me miraran. Podía vivir sin sexo, obviamente, pero no sin que me prestaran atención.

Exigía que me trataran como el príncipe que era.

La risa de Lola me hizo volver la cabeza para mirarla.

—Pareces un perrito —dijo y me tocó el mentón para examinar mejor mi rostro—. A ver. Pon esa cara de nuevo.

—¿Qué cara?

Me hice el desentendido y me aparté con molestia sin cambiarme del asiento, porque no quería llamar la atención de nadie. El salón de teatro tenía mucho eco y mágicamente todos parecían estar hablando en voz baja. Incluso Farrah, sentada dos filas más adelante junto a Jordan. Se veían tan lindos juntos. Y parecían estar hablando de algo muy interesante.

Los detestaba.

Lola comenzó a reír con más fuerza y los dos se volvieron a verme. Pretendí no darme cuenta y emití una risa falsa para que creyeran que me carcajeaba con ella. Uf, sí, graciosísimo. Nos moríamos de risa.

—¡Te ves tan triste! —alcanzó a decir entre risas.

Me abalancé sobre ella y le tapé la boca.

—Cállate —le grité en un susurro.

Esperaba que no la hubieran escuchado.

—¡Marco! —El profesor pasó a mi lado, por el pasillo de la sala, y me golpeo la cabeza con uno de los libretos enrollados— ¿Qué les he dicho sobre portarse así en el instituto?

Me aparté de Lola con pena y me acomodé en mi asiento, temeroso de mirar al frente y encontrar a Farrah y a Jordan mirándome.

—No es lo que parece —intenté justificarme—. No estoy acosando a Lola. Juro que hay consentimiento mutuo.

La risa de la rubia estalló, incluso con las manos cubriéndole los labios, y su voz hizo eco en todo el salón. Hasta se le escapó un ronquido de cerdito en lo que se ponía roja.

—No deberías decir eso delante de tu esposa —alcanzó a formular mientras tomaba aire. Me volví para verla con pánico y ella se aclaró la garganta—. Esposo, digo. Romeo.

Y señaló a Jordan, quien nos miraba desde su asiento como si no acabara de comprender lo que estaba sucediendo pero quisiera saber cómo terminaría.

—Sí, bueno, ya que andan de chistosos... —El profesor bajó la vista a su libreta antes de volver a mirarnos—. ¿Ya tienes el trabajo, Marco?

Abrí la boca y luego la cerré.

—¿Qué trabajo?

Todos nos estaban observando. Vincent suspiró, Lola me miró como si fuera un idiota y alguien rio en el fondo. Se comenzaron a oír algunos murmullos.

—El de Julieta, Marco.

Oh.

Definitivamente era un tarado.

Romeo, Marco y JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora