Capítulo 9 y 10

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Indeleble

Capítulo nueve y diez.

El sol de occidente, repartía su tibia luz en trozos largos a través de la ventana de cristal que había en la hermosa sala de estar de la cabaña en Guadalajara. En las paredes había un color verde pálido con terminaciones en caoba, sólida y bien cuidada. El suelo de madera, de igual color que las terminaciones, con una inmensa alfombra en el centro. Había también tres pinturas de paisajes serenos, una chimenea grande y elegante, y los muebles mullidos que invitaban a descansar sobre ellos. La habitación completa invitaba a la relajación y a sentirse como en casa. Mejor dicho, la casa en su totalidad era acogedora y familiar. Las cremosas cortinas tenían detalles verdes que combinaban con los muebles y cubrían las ventanas transformando la luz en un destello tenue. Las lámparas aportaban al ambiente con su luz ámbar. El salón era grande pero inmensamente acogedor, olía a flores y a popurrí. Había unas flores sobre la mesita al lado del mueble y sobre el piano junto a la ventana, que emanaban olores agradables. Definitivamente los dueños de la casa eran personas agradables, y la más que le daba cuidados y a la casa tenía que tener un espíritu acogedor y familiar. También elegante. Sin embargo estaba muy sola y callada, vacía. Le hacía falta vida, vida humana que la recorriera de arriba abajo. Niños. Mis niños, pensó Victoria, los extraño tanto. ¿Qué estarán haciendo ahora? ¿Les hará falta algo?

C- Victoria, coloqué tu maleta en el cuarto que está al final del pasillo. -se detuvo al pie de la escalera al ver que Victoria no le prestaba atención. Miraba por la ventana, pensativa, mientras con su mano acariciaba el piano. En adición se veía hermosa, así, distraída.- Victoria. -volvió a llamar-

V- ¿Mmm? -respondió, todavía sumida en sus pensamientos- ¿Qué? -volvió, de un sobresalto- Ay, perdón, no te escuché... eh... estaba... Bueno, no importa, ¿qué decías?

César esbozó una media sonrisa.

C- Dije, que dejé tu maleta en la habitación al final del pasillo, arriba. Espero que te sientas cómoda allí, sino, te puedes cambiar a la otra o a la mía... -advirtió el cambio en el rostro de Victoria- Claro, sin mí dentro, a no ser que especifiques lo contrario. -sonrió ampliamente-

V- Gracias. -respondió, luchando por no sonreír- Pero no soy tan majadera. Puedo adaptarme a ese cuarto fácilmente. No tenías que subir la maleta, yo podía hacerlo.

C- Quería hacerlo. -se encogió de hombros. Pausó para observar en sus ojos- Además llegaste y comenzaste a caminar como perdida, mirando todo como si nunca hubieras entrado a una casa.

V- Lo siento. -sin poder ocultar el rubor en sus mejillas- Esto esta precioso. Se ve tan cuidado y acogedor. ¿De quién dijiste que era la casa? -dijo, sin poder ocultar su curiosidad, acariciando la tela de la cortina-

C- De los de un buen amigo mío. Tal vez lo conoces, Alex Fuentes.

V- ¿El escritor? -ladeo la cabeza pensativa y esbozó una leve sonrisa-

C- Sí. -se sentó en el descansa brazos del mueble- ¿Has leído algo de él?

V- Sí, hay una obra que me gusta mucho: "La alegría de mi tristeza"

César asintió y soltó una leve carcajada.

V- ¿Por qué te ríes?

C- Es qué siempre considera esa novela la peor de todas, aunque es la mejor. La escribió después de que cortó con una italiana, rubia y despampanante. Alardeaba de que tenía la novia más bella del mundo, pero tenía un defectito: era casada.

V- No me digas. -respondió Victoria, animada e interesada- ¿Pero, él lo sabía?

C- No, -rió nuevamente- se enteró después de que hizo un préstamo para pagarle la mitad del precio de un BMW. Ya era tarde.

Indeleble. #VyCWhere stories live. Discover now